El día comienza frente al espejo, cual rutina japonesa: cepillarme el cabello, limpiar mi cara y decirme que todo está bien. Mi closet está dividido en dos; ropa para el trabajo y ropa para ser yo mismo. Decido ponerme la camisa que diga de mejor manera “me gusta mi trabajo”. En la calle a algunos les desagrada mi manera de caminar, me ven sin disimulo y escucho un “maricón” desde un auto que pasa. Llego al trabajo. Después de todo un día contestando llamadas de personas que no saben utilizar su computadora regreso a casa. Tomo una ducha caliente y considero seriamente mis opciones para la noche: el vestido rojo ‒que resalta mi color de piel‒ o el naranja ‒ese me hace ver más alto‒. Me veo en el espejo, pero sin el peso de la rutina, hoy es viernes por la noche; me maquillo y abro la parte de mi closet que sí me gusta. Me visto de naranja, elijo mi peluca favorita y tomo el ascensor. Antes de salir, escribo con labial rojo carmesí: “Que mi vida no se vaya esperando la noche”.
Sebastian Platón
Escribir microrrelatos es emocionante, permite crear historias que influyan en las personas con un número reducido de palabras. Tendemos a pensar que los relatos deben de ser extensos para ser profundos, pero el microrelato demuestra que algunas veces, menos es más. Hacer este primer relato tan corto significó para mí una aventura, que me gustaría repetir.
Imagen de portada: Marisa Mena fotografía de la serie Sastrería (2020).