Han pasado varios días desde la caída de Tenochtitlán, el conquistador, a quien los aztecas confundieron con el dios Quetzalcóatl, escucha el informe que el cronista real está escribiendo para enviar al emperador Carlos V: “Muy poderoso señor, Tenochtitlán era una ciudad maravillosa fundada sobre una laguna salada, tan grande como las ciudades de Sevilla y Córdoba; la ciudad poseía escuelas, hospitales y jardines increíbles; calles anchas, algunas mitad tierra y agua, por las que navegaban canoas; con puentes amplios por los que pasaban diez caballos. Además, de muchas plazas, una tan colosal como dos veces la ciudad de Salamanca; también poseía inmensos mercados donde circulaban arriba de sesenta mil ánimas y allí se podían encontrar todos los géneros de mercaderías, joyas de oro y plata y de muchos otros metales; amén de piedras preciosas, caracolas y plumas inimaginables de todos los linajes de aves; a más de variedad de animales que hay en la tierra ¡Qué decir de materiales para construir viviendas!”.
El vencedor de Tenochtitlán interrumpe al cronista y le ordena que borre todo lo escrito, que simplemente informe que los aztecas eran salvajes que no tenían alma y que su capital, con templos a sus dioses paganos, había sido arrasada para gloria de Dios y de su majestad.
Homero Carvalho Oliva
Imagen de portada: La herida de Moctezuma (1520), grabado en madera publicado en 1888 / Tenochitlán. Composición creada por Contexturas.org.
Gracias, muchas gracias, por publicar mi texto
Tarde, pero la verdad aflora. Breve y excelente.
Gracias por su lectura
Muy desgarrador este microcuento, es la triste realidad.
Gracias por su lectura