No está en venta

Fui negado de un rostro. Los matasanos alegaban que era peligroso que tuviese uno. Naturalmente, herví en ira ante la noticia y maté a mi padre.

Abandoné mi hogar al ser perseguido por la ley, y con el paso de los años, embozado en mi vergüenza, rondé por el mundo, admirando vitrinas de rostros para la venta. Los imaginé en el vacío de mi cara; soñaba con las sonrisas que regalaría al ser amado, el ceño fruncido por la extrañeza o la exclamación de mi lengua ante la maravilla.

Intenté comprar alguno con monedas mendigadas. Al no tener rostro, mis derechos eran inexistentes como mi honradez. Me recomendaron viajar a la Isla de los Sin Rostro, el único bastión de los parias. Ese insulto rememoró cicatrices y lo que sucedió después fue inevitable.

Luego de deshacerme del encargado de la tienda, embolsé los rostros que iba consiguiendo; y no conforme con eso, comencé a arrancarle los suyos a cada transeúnte de la avenida. El saco pesaba, pero logré, nuevamente, huir de la ley.

A mi llegada a la Isla de los Sin Rostro, los repartí. Ahora jugamos entre nosotros, intercambiando nuestras caras como si fuesen baratijas sacadas de la basura.



José Miguel Mota

Imagen de portada: fotografía e imagen intervenida digitalmente por José Rafael Álvarez.