Sobre la serie “Letreros, la palabra ajena” de Astrid Hernández

“Los afectos a la clandestinidad suelen decir que “las paredes oyen”.
Sería más sensato pensar, sin embargo que, por los menos en nuestras sociedad, “las paredes hablan”.”
ARS Publicidad. No pinte paredes (1986)

A María González, mi mamá por su apoyo incondicional.
A Veriuska Oropeza por ser mi curadora y ayudarme a darle palabras a las imágenes.
A D. por la musa, como siempre.
Astrid Hernández

 

Sí. En nuestra sociedad, en nuestras ciudades, especialmente en Caracas, la ciudad capital que alberga en su interior todos los poderes (políticos, jurídicos, económicos, religiosos) las paredes, los muros, las vallas de publicidad, las puertas de los baños, los vidrios de los autobuses, hablan. Gritan. Claman por cambios en el sistema, convocan a elecciones, invitan a eventos, comentan la realidad del país, profesan amores y confiesan secretos. Quizá sería más sensato decir que nos transmiten el mensaje de los ciudadanos de Caracas, de sus empresas y partidos políticos, de los “hijos de vecinos”, de todo aquel que haya podido plasmar su voz en las paredes de la urbe.

Caracas es una ciudad auditivamente muy rica, a veces violenta, incluso: el ruido de los carros, las cornetas, personas peleando o gritando, los camiones de verduras anunciando por parlantes el precio de sus productos, el graznido de las guacamayas, el canto oxidado de las guacharacas y, de noche, el canto de los grillos y las ranas ocultos en la maleza.

Así es Caracas: una constante saturación auditiva y visual; los caraqueños, los que la conocen y recorren a diario conocen sus gritos y sus susurros, son sorprendidos a veces por un nuevo mensaje en sus paredes o sus vallas iluminadas recuerdan a viva voz un evento o sitio al que deben asistir, un producto que podrían comprar… Quien ha conocido a la fotógrafa y diseñadora Astrid Hernández ‒caraqueña de pura cepa‒ puede dar fe, sin embargo, de que ella no requiere de muros para hacerse escuchar; quizá los muros que flanquean la autopista en sentido Guarenas-Guatire no serían suficientes para abarcar una de sus apasionadas conversaciones. Aun así, cuando Hernández camina por la ciudad se detiene cada tanto, deja una animada narración o una reflexión densa en el aire y corre a tomar una fotografía que acaba de aparecer ante sus ojos, realiza apuntes en su libreta, recoge la ubicación de una fotografía y sigue. Hernández es una apuntadora atenta de las voces de Caracas, las reconoce y presta a cada una la debida atención… Quizá por eso divaga: son muchas voces a la vez, múltiples estímulos sonoros provenientes de la ciudad que debe deshilar, traducir, para darles sentido.

De este oído y esta mirada atentos surge Letreros, la voz ajena, un proyecto aún en curso que le ha llevado a recorrer buena parte de Caracas, de Norte a Sur y de Este a Oeste.

Este ensayo fotográfico de Hernández comenzó en el año 2011, si bien en su momento ‒comenta‒ no empezó de manera planificada ni con la idea clara de que estas primeras fotografías documentales terminarían por conformar un cuerpo de trabajo. Desde ese momento ‒cómo ocurrió con su otra serie Los transeúntes‒ Hernández fue afinando su mirada, prestando gran atención a su entorno y a los detalles más pequeños del paisaje urbano; agudizando su oído para captar las voces y murmullos que se cuelan por las calles, los muros y medios de transporte de Caracas.

Así fue surgiendo la serie Letreros, la voz ajena, un proyecto fotográfico que busca captar o, incluso, prolongar el alcance de las voces de los muros capitalinos. Publicidad y propaganda política, comentarios de la actualidad venezolana, chistes, instrucciones ‒”POR FAVOR NO APOYARSE EN EL VIDRIO GRACIAS”‒ y llamadas de atención, mensajes de esperanza, de amor ‒”Te amo mi Venezuela”‒ y de odio, oraciones y proclamaciones de fe ‒”Jesus única via de salvacion”, reza uno‒, reflexiones de todo tipo, incluso escritos que, casi como oraciones, acuden a la magia propiciatoria para conceder favores o hacer peticiones a la providencia ‒”lo quiero lo tengo”‒; sin importar qué, Hernández parece haber capturado de todo un poco con su lente. Siempre preparada como buena fotógrafa documentalista, lleva a mano una cámara y una libreta para tomar dictado de las voces anónimas de la ciudad, y en el proceso va creando una cartografía sonora y visual de la ciudad.

Pero el trabajo de Hernández no se encuentra solo, si bien su manera de mirar es particular y habla al espectador de un ojo entrenado y de una firma personal de la creadora visual, éste forma parte de una tradición.

Al revisar la historia de la fotografía venezolana, especialmente después de mediados del siglo XX y lo que llevamos del siglo XXI, se hace evidente la existencia de una serie de fetiches, fijaciones o leitmotivs que se pueden rastrear a lo largo de la obra de múltiples creadores visuales. Algunos de estos objetos y temas tratados de manera reiterada en la fotografía venezolana son referidos por la historiadora María Teresa Boulton en Anotaciones sobre la fotografía venezolana contemporánea (1991): los paisajes de Paraguaná, la fotografía de danza, la fotografía antropológica, de niños y de grupos indígenas.

De todos es quizá la fotografía de grafitis y pintura mural uno de los temas más ampliamente trabajados siendo abordado por una gran cantidad de autores, entre los que se encuentran: Ricardo Armas, Barbara Brändli, María Elena Carías, Marco Colantoni, Roberto Colantoni, Kaori Flores, Nelson Garrido, Paolo Gasparini, Daniel González, Maga González, Enrique Hernández D’Jesús, Nancy Montilva, Gabriel Osorio, Alexis Pérez-Luna, Tony Russell, Vladimir Sersa, Jorge Silva, Luis Silva, Alejandra Szlepaki, Humberto Trejo, Jorge Vall, Fermín Valladares y Nathalie Vera. Sin contar, claro está, con las publicaciones y fotolibros que desde la década de 1960 se han realizado sobre el tema: Asfalto Infierno (1963), Sistema Nervioso (1975), Letreros que se ven (1979), No pinte paredes (1986), Caracas gráfica (2009), KARAKARAKAS (2014) y El ojo de la Ballena (2018), entre otros.

El trabajo fotográfico de Hernández se une, así, a una rica tradición que forma parte de la historia de la fotografía en Venezuela. El título de la serie ‒de hecho‒ surge de la lectura del fotolibro Letreros que se ven (1979), obra de El Grupo, conformado por Ricardo Armas, Alexis Pérez-Luna, Vladimir Sersa, Jorge Vall y Fermín Valladares[1], obra icónica dentro de la historia de la fotografía nacional. Quizá el primero en abordar de manera protagónica la temática del cartel y de la gráfica popular, de los mensajes pintados en muros y demás superficies, a veces mal escritos, con errores de ortografía y redacción; sin embargo dieciséis años antes, en 1963, ya aparece el grafiti como mensaje disidente, de denuncia y crítica en el fotolibro Asfalto Infierno de Daniel González.

Pero estas voces de los muros, ventanas, vehículos y vallas no es sólo política, no es sólo un comentario social, una buena parte de las veces ‒como recuerdan los fotógrafos y escritores de Caracas gráfica (2009)‒ cuentan chistes, hacen bromas de doble sentido, realizan comentarios jocosos ricos en un sentido del humor muy del pueblo, callejero, sin grandes pretensiones. Hernández capta ambas voces en sus registros y ensayos fotográficos, dándonos una imagen quizá más certera de la ciudad: una Caracas comentada por sus ciudadanos, reuniendo tanto lo bueno como lo malo, la necesidad de un cambio y rastros permanentes de nuestra cultura, emociones que fluctúan y otras inamovibles, ingenios.

Estas fotografías en las que Hernández documenta la gráfica popular del caraqueño han ido, poco a poco, derivando en otro proceso creativo y que acerca le acerca más a los grafiteros, escritores y dibujantes populares que dejan los mensajes en las paredes: tras reunir los mensajes, anotarlos, reproducirlos fotográficamente, Hernández ‒quien también es una diseñadora gráfica en formación‒ convierte algunos de éstos en pequeños y muy coloridos letreros digitales que exhibe en su cuenta de Instagram a manera de una bitácora de viaje, de registro visual de estos mensajes, como una manera de ayudar a preservarlos en el tiempo.

En medio de este proceso creativo en el que Hernández vincula la fotografía al diseño gráfico, ha recibido múltiples registros visuales e información de carteles enviados por varias personas y fotógrafos especialmente dentro de Venezuela, si bien últimamente se ha expandido recibiendo colaboraciones y registros de venezolanos dispersos a lo largo de América Latina y que forman parte de la diáspora. Se teje así una geografía emocional de las voces de los muros que une a los de adentro con los de afuera, que demuestra que se puede leer esta diáspora más que como un adiós, como la expansión de un corazón o la interconexión de múltiples corazones. Los letreros de Hernández son, ante todo mensajes de esperanza, agradecimiento y picardía: “al Universo, gracias”.


Ricardo Sarco Lira

Notas
[1] María Teresa Boulton, en Anotaciones sobre la fotografía venezolana contemporánea (1991), incluye al fotógrafo Luis Brito, si bien éste no forma parte de esta publicación ya que para la época se encontraba fuera del país, en Europa.

Imágenes de Astrid Hernández

2 comentarios en «Sobre la serie “Letreros, la palabra ajena” de Astrid Hernández»

  1. Ricardo y Astrid: un gusto haberlos leído,en la palabra y en la imagen,doble placer estético. Un tema si se quiere poco tratado, pero que habla tanto del caraqueño y sus amores y desamores. Particularmente me recreo siempre en los escritos, poéticos o incendiarios o los de poesía incendiaria que han dejado en cualquier muro manos desconocidas, y muy impactante aquello de ver a la diaspora como “…la expansión de un corazón”, imagen de gran factura poética…

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  2. Esas frases escritas en tinta de aerosol, dispersas a lo largo y ancho de toda nuestra ciudad, a veces en sitios inauditos, son para mí, filosofía express, idiosincracia y jerga caraqueña, salsa cabilla, testigos de Jehova, casi que termómetros sociológicos… y si además, alguien se da a la tarea maravillosa de recopilarlos, plasmarlos en un lente y compilarlos en ese contundente título “Letreros, la voz ajena ” y para completar el combo, es dado a conocer de manera meticulosa y detallada por un cronista, pues tenemos en en este texto una mixtura comunicativa redonda, limpia, muy interesante y de agradable lectura.
    ¡Muchas gracias, excelente reseña y fotografás!

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