La suma sacerdotisa

Hoy, la maestra ha sembrado dos palabras en su imaginación: suma sacerdotisa. Dos palabras que designan una realidad tan diferente a la suya que, por fin, la niña comprende. No todas las mujeres han nacido, siempre, para bajar la cabeza, para aceptar. Y puesto que así es, ella al menos puede permitirse un sueño. Ser una suma sacerdotisa para no tener que trabajar en la casa de la Cata, ni cuidar a sus hermanos, ni llegar luego extenuada a la escuela, ni salir unas horas después sólo para continuar fregando. Intuye que si ella contara este deseo, se lo destruirían. Entonces se lo queda para sí, se lo esconde, se lo incrusta en el corazón. Usted puede creer que la niña es una ilusa. Yo no, a mí este sueño que ella cobija, me llena de esperanza.



Patricia Nasello
Mi desafío, a la hora de escribir, es lograr ponerme a la altura de mi propia definición del género: “La minificción es una garra que se acerca a la imaginación de quien la lee, para que sonría al ver que el tigre se aleja; o para que llore, o para que sangre”.

Imagen construida a partir del boceto de Hygeia (o La medicina) de Gustav Klimt (1907).