He muerto ayer a la mañana.
Mi cara estaba flaca y blanca. Las sábanas arrugadas. Los zapatos bajo la cama.
Frío no, calor tampoco. Ninguna incomodidad, ni molestias.
Consternación familiar. Gritos y silencio. Llanto frenético. Alivio contenido.
El cuerpo pasando, qué digo, soportando, los ritos de costumbre.
Durante la noche ante el féretro vigilia, posta de oraciones. El rosario susurrado por turnos.
Tres y media de la tarde, plena siesta de diciembre, lenta caravana. Fui el único que no transpiraba.
Mi mujer frente a la tumba. El cajón bajo la lápida.
Algunos pañuelos húmedos.
De a dos, de a tres, parientes, amigos, se fueron todos.
Ahora, otra vez la noche. El cementerio vacío.
Nadie viene a buscarme.
¿Dónde ir? Ni siquiera me han dejado los zapatos.
Imagen de portada: fotografía de Zacarías Santorini
Es un honor verme publicada en este medio.
Para Contexturas.org y sus lectores es una gran alegría contar con tus microficciones Patricia. ¡Gracias!
Mil y una gracias por tus palabras, querida Denise.
La mayor parte de las veces nos vamos descalzos…a cualquier lugar.
Me deja un sabor de nostalgia en los tendones.
Ultimamente, quisiera morir un poco…
Gracias por esas líneas Patricia.
¿Quién no ha querido morir un poco alguna vez?
Muchas gracias por tu lectura y tu comentario, Maria Alejandra.
Son tantas las realidades que generan las minificciones, que cuesta distinguir sus orígenes.
Felicitaciones, Patricia.
El origen de ésta fue pensar en alguien que tiene consciencia de su propia muerte, sin embargo no se asusta ni desespera. Lo que siente es aburrimiento y una pizca de expectación.
Abrazo, Lilian.
La soledad de la muerte. Me ha gustado mucho.
Muy atinado, Manuel. Es al sentirse solo cuando el personaje asimila su muerte.
Me alegra que te haya gustado.
Saludos cordiales.