Ahí estaba el muro; con sus huesos de acero y la tez cacariza y mugrosa lista para atrincherar los sueños. Se erguía firme, como un soldado, lapidando la risa aferrada a la grieta de una ilusión. Montaba guardia, silencioso, como un grito que se ahoga entre los dedos clandestinos de la fe.
─Lo siento bro… ayer, todavía, había por allá un huequito por donde pasar… estos gringos se las gastan…
Apretó el puño repleto de la rabia que acompaña al desencanto y golpeó el gruñido de su panza que reclamaba algo más que frágiles espejismos. El desamparo rodó por sus mejillas al recordar que otras cuatro pequeñas panzas gruñían en la casucha de cartón que había quedado muy lejos del sueño americano. Allá, a muchos kilómetros de distancia, donde el ombligo, enterrado bajo un árbol, seguía latiendo.
Angélica Santa Olaya
Amo la minificción por su brevedad. Me gustan los géneros cortos. Disfruto que la emoción llegue a mí en pocos minutos. Sentir ese golpe que las buenas minificciones regalan al lector. Como escritora, es un reto escribir un texto breve que sea efectivo y literario; conseguir impregnar a mis letras la dignidad de ser llamadas Literatura.
Imagen: Fotografía de la serie Muro divisorio entre México y EE. UU. en Tijuana de Pedro Cote Baraibar