Narrativa express

Se habían mirado como si quisieran desnudar los enigmas del otro, haciendo del instante una posibilidad de conocimiento definitivo. En el mínimo espacio que dejaban las decenas de invitados, las descomunales bandejas de los mesoneros, las mesas y estantes repletos de libros, se enfrentaron sin que nadie los presentara. Un parco “hola” de él desdijo la mirada pletórica de deseo.

Rápidamente las fórmulas acostumbradas colapsaron hacia una mayor cercanía, ya no los 80 centímetros de distancia que según los psicólogos sociales resguardan el espacio personal, que marcan la territorialidad de los cuerpos en sociedad. Enseguida fueron precarios 30, entre boca y boca, entre dos urgencias.

El bautizo del libro de un amigo común los llevó ese día a la librería de moda. A él le tocaba decir las palabras de fórmula, y finalizadas las mismas, brindó luego con la concurrencia, mirándola a ella de lejos, que ya se había escapado hacia la terraza. La mujer huía del paseíllo de rigor en la sala atestada “¿Hola qué tal, nos conocemos?”, o del “¡Felicitaciones, gran libro!”, mientras las miradas de los asiduos pasan rozantes sobre el hombro de su interlocutor, buscando el próximo encuentro, el siguiente futuro renombre literario.

El acecho fue más intenso al final del evento, cuando ella se marchaba sin sospechar que ahora apenas comenzaba esa otra celebración, que unía a dos imperfectos desconocidos en el más primario ritual de los cortejos, donde eufemismos y fórmulas apenas encubren los alebrestamientos de la sangre, la compulsión del deseo a duras penas gobernado, que distiende los cuerpos, disuelve resquemores.

Ahora, sentados en una mesa de la terraza, sus cuerpos se enfrentan en la gestualidad de la apertura, de la urgente fagocitosis del otro.

Se beben con el vino tinto, que da un resplandor rojizo a las miradas; frente a frente en la mesa, los alientos se encuentran, los torsos quieren saltar ese territorio innecesario y se adelantan erguidos a medida que hablan en frases entrecortadas y rápidas, intentando salvar en media hora el mutuo desconocimiento.

Bajo el mantel impoluto de la mesa, las piernas se aventuran un tanto y algunos esporádicos roces entre rodillas o tobillos desatan pequeñas chispas en las miradas.

Sí, está casado, un punto menos según ella. Pero sobrellevan un mal matrimonio, nada raro que en cualquier momento se separen. Recuperado el punto perdido.

Al poco rato, el “vámonos” dicho con la voz susurrante del hombre le hace pensar a ella que es muy pronto, que mejor hablar aunque sea un poco más, explorar coincidencias, ideas o gustos comunes, iniciar alguna pequeña historia para ellos. Le dice a él que en el amor, o aún en sus sucedáneos, como es ese el caso, las mujeres necesitan de cierta narrativa, mejor si algo de prosa poética; le dice que, en cambio, a ellos, los hombres, les basta con un minicuento, rezagos de los dinosaurios tal vez… Al día siguiente, la mujer todavía estaba ahí

Buscando hacer tiempo para crear al menos esa historia express entre ellos, lo invita a tomarse un café. Salen de la librería hacia un concurrido café. En el camino, mientras ella maneja, una mano urgida le acaricia la rodilla, lanza una audaz avanzada hacia su muslo; ella se la aparta con una media sonrisa.

El café disipa un poco el mareo con que llegaron; ahora el deseo se ralentiza algo, las manos de él se aquietan un tanto, mientras los cuerpos, cafeína realista de por medio, asumen cierta distancia, aunque la mirada líquida traiciona el cable a tierra.

Ya él sabe que no habrá hotel. Entonces al despedirse le dice que lo llame, le deja su tarjeta. Pero apenas ella llega a su casa él es quién llama, le dice que suban al Ávila al día siguiente, domingo. Ella piensa, sin poder contener una leve sonrisa, que como que sí habrá algo más que el minicuento.

Por la mañana se levanta temprano, vuelve a repasar y aprobar la ropa deportiva que seleccionó con sumo cuidado la noche anterior, después que hablaron. Se viste y, mirándose en el espejo del baño mientras se peina, duda si ponerse un discreto maquillaje; la misma sonrisa cautelosa de anoche aparece en su rostro.

Al final, se dispone a salir.

Entonces mira su celular, la señal titilante de un mensaje, que anuncia la frase final de la narrativa entre los dos:

Disculpa, debo salir con mi familia.



Norma Socorro Marcano

Imagen de portada: Daniel Canogar, Aqueous (2019)
Imágenes de ilustración: Daniel Canogar, Aqueus (2019), Gust Small (2017), Echo (2017) y Amalgama (2019). www.danielcanogar.com@danielcanogar

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4 comentarios en «Narrativa express»

  1. Hola. Pasó por acá para saludarla. Había quedado en leer todos sus textos. Muchas gracias por el tiempo.
    Dejo por aquí el mensaje.

    Le dejo mi contacto para que me de algunas recomendaciones para el club de novela.
    Quedo atento.
    Saludos desde la Ciudad de los prodigios.

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    • Hola Alexander, un gusto saber de ti por aquí.Gracias por tu lectura y, desde luego, serán bien recibidas tus opiniones o sugerencias.Saludos hasta la ciudad de los prodigios!

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