Notas para el cumpleaños de Caracas junto a Villanueva

Nací en Caracas el domingo 24 de julio de 1960 en la Clínica Razetti y el médico obstetra que atendió a mi madre para traerme a este mundo fue el doctor Juan de Dios Rivero Arocha. Me presentaron legalmente como corresponde en la Parroquia La Candelaria. Soy orgullosamente caraqueño, he vivido en mi ciudad siempre salvo por motivos de estudio y de trabajo en que he residido en el exterior. Pero mi ciudad es esta, y no porque sea la mejor de las ciudades sino porque tengo un vínculo irrompible con ella por más problemas y miserias que acumule. Como también gracias y bondades. Por otra parte, aunque sea un detalle menor, el fundador de mi ciudad, don Diego de Losada y Cabeza de Vaca, es uno de mis abuelos 14 por más que cada uno de nosotros tenga 16.384 abuelos 14 y que sea el abuelo 14 de tantísimos, pero eso en mi caso es un detalle que me gusta invocar en un gesto personalísimo de pertenencia mutua e irrevocable a esta comarca. Hace un tiempo para un proyecto relacionado con mi ciudad, Caracas Horizontal, me solicitaron un texto que definiera mi vínculo con Caracas. Esto fue lo que escribí:

“Caracas es la calle real de Sabana Grande con parquímetros y señores con aire de corrección. Es olor a madera sensual del Aula Magna, un Mercedes-Benz que cruza una autopista hacia el futuro y un curtain wall en la plaza Venezuela. Caracas es un reloj de cuerda que suena al siglo XIX en la casa de mis abuelos. Es una polenta servida sobre un mantel cuadriculado y un abasto que repite mil veces a Europa. Mi ciudad es Calder, Léger y Jesús Rafael Soto, Pedro Ángel González y un pointer de mi abuelo pintado por Tito Salas. Es un funicular que trepa una montaña de colores. Caracas es un hotel con nombre de cacique entre discos de Aldemaro Romero. Caracas es un valle de clima limpio de mañanas frescas y noches con ruido de sapos. Son las chicharras y el olor de la lluvia de septiembre. Caracas es una patinata, un juego con agua en carnaval, Frisco y sus ultramarinos, Le Coq D´Or y la Orquesta Sinfónica Venezuela. Caracas es el colegio Humboldt y las líneas de Federico Beckhoff. Caracas es un león que se llama Diego de Losada, mi madre que maneja con guantes y mi padre encorbatado y de colonia. Caracas son los bambúes de la avenida principal del Country, una ceiba de muchos brazos en casa de mis tías afrancesadas donde hay salones oscuros y retratos de mis mayores. Caracas es una jalea de mango, un pan de jamón y un feliz año, una familia y los amigos, una señora elegante con vestido de pepitas, peinado y zapatos de patente, las diez de la mañana, el chocolate Savoy, un número de cédula, un acento que ya no existe, una mujer que se desliza entre las sábanas, un libro que reviso, un párrafo que me sirve de coartada, el domicilio del que tengo certezas”.

Ese domicilio del que tengo certeza hay que tenerlo siempre presente. Porque las ciudades no evolucionan al ritmo que uno aspira y la nostalgia del pasado o el instante de una fotografía esencial que tengamos sobre nuestra capital, no son los que se replican idealmente en estas localidades atrapadas en la historia. Hace algunos años viví tres meses en la ciudad de München. Esa ciudad fue destruida en un 90% por los bombardeos aliados. Después de 1945 fue completamente reedificada dejando el centro de la ciudad y las zonas históricas como eran antes de la guerra, al punto que para quien desconozca la historia, que abundan y en exceso, no parece haber evidencia alguna del colapso sufrido. Hay ciudades como París o Barcelona, cuyo crecimiento y expansión han sido muy bien planificados como en los casos del barón de Haussmann y el ensanche barcelonés de 1860. Caracas no ha tenido la mejor suerte en ese sentido. La cuadriculada ciudad española que sufrió el terremoto de 1812 tuvo una replanificación en tiempos de Guzmán Blanco. Para el siglo XX con el advenimiento de la modernidad y la revolución petrolera, la ciudad pasó por las planificaciones organizadas, el plan Rotival, la Oficina Municipal de Planificación Urbana, y el desorden de las invasiones favorecidas por la creación del área protectora de Caracas, las construcciones ilegales, la ranchería que se enquistó en nuestros cerros y colinas, y las urbanizaciones para la clase media sin venir acompañadas de una debida y sensata organización que vigilara esas extensiones. Todo esto coronado con los recientes edificios de la Misión Vivienda que no sólo han afeado y devaluado a la ciudad, sino que han alterado su mapa sociológico. Caracas es una ciudad que ha experimentado un sacudón traumático en sus espacios además de la polarización política impulsada por la división imaginaria de sus urbanizaciones y barrios. Este y Oeste libran un enfrentamiento dialéctico cuyas claves manejan los acusadores de diferencias. Aunque a los arquitectos y urbanistas no les guste, se trata adicionalmente de dos ciudades: una formal y una informal que deben encontrarse algún día en la economía de mercado, si tal cosa no deja de ser una aspiración quimérica. Nuestra querida ciudad está llena de contrastes, enfrentamientos, abandonos, soledades, encuentros y desencuentros. No es una ciudad fácil en la actualidad. Tampoco se trata de una ciudad que conozcan sus moradores. La segmentación política ha contribuido miserablemente a estos saldos. Sé de personas que nunca han estado en el centro histórico de la ciudad. Más que una gravedad cultural, es una inmensa desilusión. Con ello ni siquiera trazamos una advertencia para el turismo, porque aquí eso se acabó hace mucho tiempo. Caracas ufana grandezas y miserias, como toda urbe supongo.

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Caracas cumple 454 años este 25 de julio y más que celebrarlo, hay que recordarlo y tener en cuenta que allí se erigió esa ciudad española, ordenada de acuerdo con las partidas del rey Alfonso el Sabio, la Biblia y la invocación a la Virgen. Esa urbe es el producto de España, de Roma y de Grecia con lo que el día de su creación se estaban replantando las raíces de Occidente una vez más en el Nuevo Mundo. De acuerdo con Carlos Raúl Villanueva se trataba del “típico tablero de ajedrez… lleno de buen sentido y de claridad”. Esa ciudad se transformó y buscó su resolución de crecimiento en términos ordenados y desordenados. Precisamente fue Villanueva, como arquitecto experto en la redefinición de los espacios urbanos el responsable de una de las metamorfosis urbanas más admirables de la historia del urbanismo como fue la reurbanización del Silencio. Eso se realizó en 30 meses y en medio del aislamiento internacional que supuso la Segunda Guerra Mundial, como lo apunta el brillante pensador y hacedor de la ciudad en un curioso libro que llegó a mis manos recientemente y que es una pieza muy rara y, probablemente extinta. Se trata de un bello e ilustrado texto de su autoría publicado en Francia y llamado La Caracas de ayer y de hoy, su arquitectura colonial y la reurbanización de “El Silencio”. Se presenta como una edición numerada de tres mil ejemplares, doscientos de los cuales venían con la firma del autor. El mío ufana el 2.263 sin la rúbrica. Adicionalmente a los ensayos de Villanueva, el libro incluye uno de Carlos Manuel Möller, “Caracas ciudad colonial”, y de Maurice E. H. Rotival, “Caracas marcha hacia adelante”. El libro fue impreso en julio de 1950 en las prensas de los Maestros-Impresores Draeger-Frères, y contiene grabados de Eduardo Röhl y fotografías de Alfredo Boulton, Carlos García Toledo, Juan Avilán, Carlos Manuel Möller, Luis Noguera, Ricardo De Sola, Juanito Martínez, Luis Felipe Toro y Pedro Antonio Manrique. Es una de las muchas ofrendas que le hizo Villanueva a Caracas en medio de la conclusión de que toda la vida del maestro Villanueva fue un permanente homenaje a esta ciudad.

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Regresar a este libro constituye un tributo dentro del tributo porque es asomarse a Caracas por una esquina diferente, en una era de gran expectación pese a que en ese momento las libertades habían sido conculcadas por la dictadura corporativa de las Fuerzas Armadas. A pesar de ese ambiente de frustración democrática, el país vivía un desarrollo de la modernidad que le estaba auspiciando la renta del subsuelo. Caracas comenzó a ser poblada por migrantes de Europa. Venezuela empezaba a recibir contingentes importantes de españoles, portugueses, italianos, alemanes, europeos orientales, y el valle de Caracas, con esa urbe vertiginosa que se estaba desperezando en su recorrido prometido hacia el futuro tenía las trazas del porvenir y los catalejos que apuntaban al día de mañana que cada vez parecía mejor. Desde el plan Rotival de 1937, el crecimiento de Caracas, la reurbanización de El Silencio durante el gobierno del presidente Medina Angarita, y la proyección hacia un masivo proyecto de construcción de obras públicas, Villanueva ‒en medio de ese colosal programa‒ se da a la tarea de concentrarse en la ciudad y es lo suficientemente sensato al proponer el regreso a los valores de la ciudad latina. Diferencia la ciudad anglosajona de la latina. Acusa a la primera de ser un lugar de trabajo del que quiere escapar el trabajador, mientras que en la ciudad española sus espacios vida-trabajo se acoplan armónicamente. Villanueva encontraba en esas raíces culturales que pone en práctica en la reurbanización de El Silencio, la combinación entre la tradición y la modernidad, entre las nuevas realidades laborales y una familia en la que cada vez más sus integrantes se suman al mercado de trabajo. Por ello defiende que en sus edificios se integre la vida familiar con los comercios de acuerdo con la herencia que arrastramos. En palabras de Rotival, “para el americano del Norte la ciudad no es sino la antecámara bulliciosa y pesada de la oficina o del taller; para el latino es la parte integrante de su ser, la belleza y la fealdad, la alegría y la tristeza, su vida, en fin. En Caracas se tiene la impresión de que el plan de urbanismo y la arquitectura de Carlos Raúl Villanueva han tenido buen éxito al crear sólidamente este cuadro latino de la ciudad, cuya amplitud puede sobrepasar el sentido que los americanos del Norte desean generalmente dar a una importante realización de habitaciones baratas, la cual debe permanecer, según ellos, como un simple “housing scheme”[1]. Tener el abasto, el sitio de comida y hasta de ocio en la retícula de la manzana donde se habita es lo más deseable. Por eso Madrid es una ciudad adorable en que cada cual visita el bar de su calle como el acto más propicio de encuentro con los demás. Con la americanización de nuestras ciudades, este concepto se perdió y con los años privó la distancia de lo residencial y lo comercial. Esto es algo que buena parte de nuestras asociaciones de vecinos y las jefaturas de los condominios nunca llegarán a entender como siga prevaleciendo el concepto reduccionista y aislacionista en nuestras ciudades donde además se privilegia el automóvil o la autopista por encima de la calle o del viandante. El organismo urbano debía aspirar, según Villanueva, a establecer un equilibrio y a no ser destruido por los medios mecánicos.

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El arquitecto Villanueva se enorgullece del pasado y este libro suyo es la evidencia del respeto hacia la integración y continuidad de todos los tiempos. De allí que voltee la mirada hacia lo ido no con la intención arqueológica de quien se encuentra con un guijarro de nuestros antepasados y lo contempla con curiosidad sino para incorporar el inventario de lo preterido en la definición de su presente. No son meros juegos verbales de invocación de lo transcurrido. En el libro citado que afirma el pasado junto al presente, Villanueva muestra las casas y construcciones emblemáticas de la ciudad española. Se enorgullece de la casa de don Felipe Llaguno o de la historiada casa del conde de San Xavier construida en 1736[2]. En particular se muestra orgullosamente admirado de la casa que acogió al Colegio Chávez, que fue la antigua residencia de don Juan de la Vega y Bertodano, cuyas columnas panzonas toma como modelo para las que reproducirá en la reurbanización de “El Silencio” como sostén de las arcadas. Lo hace constar en sus apuntes y dibujos cuando agrega: “El pasado se liga con el porvenir en el motivo bulbeiforme de la columna del Colegio Chávez”[3]. Esos edificios que fueron el punto de partida de la modernización de la ciudad, consolidándose ésta con el desarrollo de los ejes urbanos, incluían un patio central, el “escalón doméstico”, al que se veía desde los apartamentos que incluían el “acoplamiento de sus actividades humanas al interés común: parques infantiles, tiendas cocinas, lavanderías, etc.”[4]. Con relación a los ejes urbanos, el eje central lo constituiría la Avenida Bolívar y el “plan equilibrado sobre este eje se cierra sobre una plaza donde convergen las avenidas principales de entrada a la ciudad por el Oeste y cuyo sistema vial estaba impuesto por el trazado urbanístico”[5].

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En 1950 la ojeada estelar de Villanueva puesta sobre ese eje central que comunicaba con El Silencio, con su gran plaza ornada con las magníficas Toninas de Francisco Narváez[6] teniendo detrás el parque del Calvario, le permite asumir la vista panorámica hacia los cuatro puntos cardinales de la ciudad y su fortuna. El arquitecto tiene el privilegio de que no sólo le tocará en suerte haber rediseñado El Silencio, sino que estará al frente de uno de los proyectos más ambiciosos y extraordinarios de la modernidad no sólo de Venezuela sino del mundo como fue la Ciudad Universitaria. Con ella, Villanueva le otorga un nuevo rostro a Caracas ya en maridaje absoluto con lo más avanzado, en cuyo código estaba cifrado lo venidero expresado en la educación como motor de cambio y transformación. Una de las cosas más fenomenales de esa UCV, más allá del vitral de Léger, las obras de Arp o Las nubes de Calder, es el olor de su Aula Magna. Huele inequívocamente a lo mismo desde que la visitaba de niño los domingos para asistir a los conciertos de la Orquesta Sinfónica Venezuela dirigida por su titular, Gonzalo Castellanos Yumar. El olor es una mezcla de madera, pana y Calder que combinados fundan una denominación de origen. Esa sala siempre ha olido a nuevo, a logro, y es mi emanación favorita de Caracas. Hay que solicitar la nariz de un perfumero adelantado que pueda reducir ese aroma para que recorra el mundo. Caracas no evolucionó como hubiese querido Villanueva. La refundación de la democracia trajo de nuevo la libertad, pero contrabandeó el populismo, que es un acta de defunción adelantada para ponerle fecha de interrupción al crecimiento económico, y a la propia democracia. Los eventos políticos de naturaleza absolutamente catastrófica ocurridos en nuestro país a partir de 1999, confirman inequívocamente esa parálisis del país que nunca prefiguró Carlos Raúl Villanueva.

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25 de julio de 2021. Caracas cumple años y no sé si habrá festejo, aunque sus hijos, los verdaderos, sabrán siempre felicitarla. Los ciudadanos nos preguntamos hacia dónde se dirige Caracas. Quienes vivimos Caracas, quienes habitamos en ella nos resistimos numantinamente a que desaparezca o se pierda. A la ciudad se la agrede cuando le cambian sus nombres, y en esto consiste también la destrucción y el empeño de los odiadores. Mientras los caraqueños existamos habrá Caracas y se llamará así: Santiago de León de Caracas con su glorioso escudo exhibiendo el león rampante que sostiene la Cruz de Santiago, con sus armas peninsulares, la corona que lo preside y el lema que lo rodea: Ave María Santísima sin pecado concebida en el primer instante de su ser natural. Con este cuartel y estos símbolos nos debemos encontrar: lo que significa reconciliarnos de nuevo con nuestra herencia española, el único modo cierto que tenemos para sobrevivir culturalmente, Caracas y nosotros.

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Karl Krispin

Imagen de portada: Plaza El Silencio, imagen del libro de Carlos Raúl Villanueva, La Caracas de ayer y de hoy, su arquitectura colonial y la reurbanización de “El Silencio” (Draeger Frères, París 1950).
Imágenes extraídas del libro de Carlos Raúl Villanueva, La Caracas de ayer y de hoy, su arquitectura colonial y la reurbanización de “El Silencio” (Draeger Frères, París 1950).
1. Portada del libro La Caracas de ayer y de hoy, su arquitectura colonial y la reurbanización de “El Silencio”. 2. Vista de la reurbanización de El Silencio. 3. Casa de Felipe Llaguno / Casa del El Conde de San Xavier. 4. Dibujos de Carlos Raúl Villanueva. 5. Francisco Narváez: fuente de “Las Toninas” (1945), Plaza O’Leary, urbanización El Silencio. 6. Escudo de Santiago de León de Caracas.

Notas

[1] Rotival, E. H. Maurice, “Caracas marcha hacia adelante”, en Villanueva, Carlos Raúl, La Caracas de ayer y de hoy, su arquitectura colonial y la reurbanización de “El Silencio”, Draeger Frères, París 1950. Curiosamente este libro no trae las páginas numeradas, de modo que el lector interesado deberá leer el artículo completo de Rotival para dar con la exactitud de la referencia.
[2] Estas casas, desafortunadamente, caerían bajo la picota del nuevo rediseño de la ciudad en la década de los cincuenta para hacer la avenida Urdaneta. Siempre me he preguntado por qué el pasado es la primera víctima de las transformaciones urbanas.
[3] Villanueva, op. cit.
[4] Ibidem.
[5] Ibidem.
[6] Villanueva escribía en ese año divisorio del siglo XX en referencia a Las toninas: “El urbanismo moderno inspira y estimula al genio local: el joven escultor Narváez ha sabido tallar en piedra la languidez de los trópicos”. Villanueva, op. cit.

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12 comentarios en «Notas para el cumpleaños de Caracas junto a Villanueva»

  1. Es así, Caracas, nuestra Caracas cumple años y sus hijos verdaderos lo celebramos… De una manera íntima, personal y real como sus líneas Karl … Agradada, complacida y con el mismo sentir de pertenencia, leía sus párrafos y coincidía en el hecho de desear la persistencia del arraigo, del nombre: los nombres son nombres desde el inicio, y no deben ser modificados… remontarme al olor a “madera y pana” del Aula Magna fue un instante olfativo feliz. Gracias por estas hermosas líneas y atinadas fotografías!

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  2. Qué gran texto! Lo más bonito que tiene Caracas es que los sueños de su gente siguen intactos, que la mayoría somos conscientes de lo mucho que hay por hacer, y que mantenemos una ilimitada fantasía que -como los personajes de Balzac- tarde o temprano conseguirá penetrar la realidad y asimilársela.

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      • Gracias, querido Karl, por compartir conmigo este sabroso artículo sobre mi ciudad adoptiva, que se volvió el marco de siete décadas de mi vida. Providencialmente sentimos desde el principio a nuestra llegada por via de Puerto Cabello y luego El Trompillo un vínculo muy íntimo con Caracas: Su fecha de nacimiento coincide con el de mi abuela, y colinda con el onomástico de la abuela de Nuestro Señor Jesús: Sta. Ana, y por lo tanto mío. En La Candelaria nació en 1956 mi hermano menor y en el Cementerio General del Sur reposaron los restos de mi Abuela, hasta que supuestos santeros destruyeron su tumba y desaparecieron los huesos.
        Durante 20 años transcurrió mi vida en diversas partes de la falda del Ávila (Balconcito a Truco, San Bernardino, La Florida, Alta Florida y Terrazas del Ávila, creciendo, estudiando (Colegio Humboldt y UNIMET) y luego trabajando (Colegio Humboldt); en el año 1975 me pasé a lo más alto de Colinas de Bello Monte y disfruté del Ávila frente a mí y con Caracas a mis pies desde las Torres del Centro Simón Bolívar hasta más allá de Los Chorros, durante 25 años. Mi corazón está lleno de todos los estados de ánimo de sus laderas, todos los matices de luz y agua desde el amanecer hasta el ocaso. Aquí nació mi hijo y nacieron mis nietos. Ahora desde El Hatillo, adorable lugar para mi vejez, renazco cada vez que me zambullo de nuevo en mi inolvidable y amada Caracas. Gracias por este paseo por tantos recuerdos y por esta semblanza tan hermosa de Santiago de León de Caracas.

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  3. Apreciado Karl: En el momento que leí tu texto, primero de esta serie, lo celebré mucho. Confieso que algunas líneas de mi artículo estuvieron influídas por el tuyo, pues mi tiempo de entrega se extendía unos días más. Ahora que estoy en una computadora con teclado y mejores posibilidades de escribir cómodo, te dejo entonces constancia que lo disfruté mucho. Un gran saludo.

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