Después de lavarlos entre agua diáfana, las madres tienden los nombres en las cuerdas de la ropa, acomodando cada sílaba con la ayuda de un palito. Cuando están secos, los pronuncian a gritos, los lloran. Luego, proceden a planchar y doblar. Se abstienen de guardarlos en armarios o en cómodas, más bien prefieren depositarlos en sus vientres de marsupio, para abrigar de nuevo a esos hijos desaparecidos nombrados al nacer.
Imagen de portada: fotografía de Zacarías Santorini.
Qué buen microrrelato Zulay y el contenido duro e infortunadamente vigente. Felicitaciones.
Inés, muchas gracias. Tristemente así es 🙁
Es un relato contundente y bien construido. Recuerdo un día en el que también tuve que lavar, tender, gritar, doblar y planchar para luego abrigar de nuevo.
Marisa, muchas gracias por tu hermoso comentario. Un gran abrazo
Bendito Universo que las silabas de los nombres de mis dos hijos todavía danzan y ríen y palpitan en mi voz y en mis dias …
Bendito y alado mi Oficio Materno…
Leyéndote senti una corriente devoradoramente dolorosa…y después de agradecimiento.
Uff…tremendo relato.
Muchas gracias, María Alejandra
Nada más importante que el nombre, aunque deba pronunciarse entre lágrimas.