Andrés en El Camino de los Españoles

I

Orígenes

Ciudad del Drago

Andrés nació en casa de su abuelo en el poblado Cueva del viento, Icod de los vinos, en 1911. Su pueblo era conocido también como Ciudad del Drago por el árbol milenario. Como en todo pueblo, vivían de la siembra, trillaban granos, ordeñaban vacas y hacían vinos.

A lo largo del siglo XIX y XX, generaciones de niños, padres y abuelos como Andrés, vivieron la pobreza del día a día. Sus condiciones sumaban una crisis arrastrada en el tiempo. Dos acontecimientos externos impactaron inusitadamente a sus pobladores: la Gran Guerra de 1914 a 1918 y la Gripe española. El evento bélico mundial puso a prueba la supervivencia de sus pobladores y, la pandemia, dejó más al descubierto las precarias condiciones sanitarias del campo.

Hijo de…..

María Hernández Pérez y Felipe Rodríguez Alonso, fueron los padres de Andrés. Oriundos de El Amparo, es probable que su enlace matrimonial fuera programado por sus padres y abuelos, práctica de tradición familiar decimonónica. Los bautizos, confirmaciones, comuniones y matrimonio de los hijos o nietos, eran un acontecimiento familiar. Era el momento propicio para mostrar las mejores prendas; la estameña o chaqueta de lana de oveja tejida, la blusa de lino o la bufanda de seda en el cabello, salían del armario para ser lucidas. En estos poblados no había tela. Preparar el festín comenzaba tan tempranamente como criar al ovejo para la tela de la estameña y criar al gusano para hacer los hilos del pañuelo de la cabeza que se usaría en la fiesta. El festín familiar también era una ocasión propicia para posar y enviar el recuerdo a los hijos y nietos que habían emigrado a Venezuela.

 

Niño y joven agricultor

La niñez de Andrés debe haber sido como la de cualquier niño de su época: cuidados maternales básicos y trabajar a una edad muy temprana. Así era la vida en el campo. ¿Qué educación formal podía tener un niño en esa España de 1911? Probablemente ninguna porque las primeras letras no hacían falta en el campo, salvo una aritmética básica y manos para labrar.

 

II

Destinos

Identidad, guerra e inmigración

Cuando Andrés salió de su pueblo, tenía 18 años. Pobreza y guerra habían sentenciado su expulsión. La pobreza había hecho estragos que podrían pasarse, pero el servicio militar y su obligación de cumplirlo, ¡nunca! Alguna vez mencionó que a los jóvenes soldados los mandaban al norte de África a resguardar la frontera más sur que tenía España. Alguna vez mencionó ciudades lejanas que nunca conoció: Ceuta, Tánger, Marruecos, nombres que le inspiraban un mal recuerdo de hechos que decidió no vivir en carne propia. Sin haberla vivido, era una historia de su tierra que intuía y temía.

Desertor, Andrés llegó a su nuevo destino con otro nombre. Sin duda, la identidad primigenia estaba supeditada a las circunstancias de la vida.

Su documento decía que había nacido un 30 de noviembre de 1911. Sin embargo, cada cumpleaños celebrado en la casa #43 de Puerta de Caracas a Vuelta Honda, risoteaba toscamente a su grupo familiar que él no cumplía ese día, que no sabía por qué celebraban esa fecha equivocada. Con el tiempo, la risotada se fue apagando y Andrés quedó atrapado en su eterno presente. Sin pasado aparente, creció, maduró y envejeció en los trayectos de ida y vuelta de El Camino de los Españoles.

Andrés se llamaba, en realidad, Delfino del Rosario. Su fecha de nacimiento fue el 22 de diciembre de 1911. Frente el registro consular español en Caracas, decidió llamarse Andrés. Fue un desertor temeroso e invisible. Sin saberlo, supo que su identidad era líquida y moldeable. ¡Cuántos habría como él!

 

III

En El Camino de los Españoles

Un nuevo destino

Con la muerte de Juan Vicente Gómez en 1935, la Venezuela rural rejuvenecía bajo promesas de gobernanza democrática. El Programa de febrero de 1936, ofrecía otras realidades: fomento a la inmigración y colonización interior, un catastro de tierras baldías y programas de colonias agrícolas para inmigrantes.

Por su tradición familiar, no es de extrañar que Andrés declarara ser jornalero. En la mayoría de los registros de inmigrantes, declaraban ser trabajadores a jornal y, en otros casos, decían ser labradores. Ambos latinismos ligados al trabajo de la tierra, eran imaginarios hipotecados que comprometían el futuro y la esperanza.


En la Tierra de Gracia era lo contrario. Un trabajo ligado a la tierra era de conveniencia para el reto-país. Muchos inmigrantes vieron la esperanza en la tierra ofrecida por el Estado y muchos, también, se enrolaron en la aventura de las colonias agrícolas. Andrés no se dedicó al trabajo de la tierra. Sus desempeños laborales estuvieron más bien vinculados al transporte y servicio en restaurantes. Una actividad casera a la que se dedicaría con ahínco, fue sembrar matas y flores en su jardín interior. La platabanda de la casa que construiría con sus propias manos, era un jardín en flor con orquídeas y geranios plantados en potes de pintura usados. Al frente de su casa, diariamente limpiaba las hojas secas de su mata de caucho. Barría la calle como si limpiara su huerto propio en medio del camino.

 

Puerta de Caracas a Vuelta Honda, casa #43

La historia de tránsito humano por esta inmensa montaña comenzó con los indígenas. Constructores anónimos de senderos, trochas y picas, sus guías fueron seguidas por los conquistadores para construir lo que sería el Camino Real. Conocido más tarde como El Camino de los Españoles, se convirtió en la entrada principal por la que se accedía a la recién fundada ciudad de Caracas, en 1567. En el siglo XVII, este sendero montañoso sería compartido por originarios, mestizos, criollos y peninsulares. De estos últimos, serían los canarios sus principales pobladores. Provenientes de El Hierro, La Gomera, La Palma, Gran Canaria, Fuerteventura, Lanzarote y Tenerife (no se sabe si de La Graciosa, también), fueron probablemente el clima cálido de montaña y la fertilidad de sus laderas los condicionantes que favorecieron el asentamiento temprano en ese Camino Real. No extraña que Andrés eligiera ese camino para establecerse, construir su casa y formar su familia.

 

Vendedor de carbón, leche, mesero y repartidor

¿Qué le correspondía hacer a un joven de 18 años recién inmigrado en una ciudad moderna? No sabemos cómo fueron sus primeros años en la capital pero, es casi seguro, que sus paisanos en red, los de su pueblo, de otros pueblos y de otras islas, lo acogieran y protegieran como cercano hasta lograr su independencia económica. Era una práctica de sociabilidad en la distancia.

Dice la memoria familiar que de sus trabajos en la gran ciudad, Andrés fue el primer vendedor de carbón en Caracas. Dicen que lo vendía en una carreta tirada por burros. También dicen que vendía leche. Según algunos estudiosos del fenómeno inmigratorio, la distancia fortaleció los entramados sociales que los canarios tejían en sus islas. Así, las redes de trabajo creadas durante el siglo XIX, se consolidaron en estos inmigrantes de acuerdo con la isla de procedencia y de especialización laboral también. Lecheros de la parte baja de Tenerife, fruteros de Icod de los vinos, distribuidores de frutas de El Hierro y agricultores de La Palma, entre muchos otros, dieron trabajo a sus paisanos transterrados. Si Andrés fue vendedor de leche en Caracas, es posible que su práctica hubiera respondido a esa tradición de paisanos conectados, es decir, un conocido de un conocido, de un conocido de su pueblo le dio trabajo. Más tarde, Andrés trabajó como mesonero y repartidor de cerveza y es probable que la red social hubiera funcionado igual.

 

El mundo familiar

Andrés tuvo cuatro hijas que nacieron entre 1938 y 1959. A mejorar su casa y mantener su familia, dedicó el resto de su vida. El fenómeno de la migración tocaría por ambos lados a esta familia de El Camino de los Españoles. Al origen canario de Andrés se unió el origen larense de Eloísa, mestiza de cabello lacio. Protagonistas de una migración externa e interna, ambos fueron parte de este fenómeno global en la década de 1930. A Eloísa, una primera experiencia matrimonial la había impulsado a empezar otra vida; con otros sueños a cuestas, se vino a Caracas con dos hijos pequeños, su madre y hermanas. Tejedoras de alpargatas, exportaron su habilidad a la ciudad y en una coincidente entrega de carbón o leche y alpargatas cocidas, Andrés y Eloísa se conocieron e iniciaron una aventura de amor. La sociedad familiar creció. Entre ajustes y ajustes, pasaron los años, vinieron las hijas y, poco a poco, mejoraron la casa # 43.

Andrés trabajaba en la Polar como repartidor y Eloísa pudo comprarse una máquina de coser. Entre sanes y una austera administración familiar, la sociedad conyugal vio una oportunidad de invertir. La habilidad para coser alpargatas le había quedado como una experiencia, entonces ¿por qué no arriesgarse a mejorar con una nueva tecnología? De ese emprendimiento, Eloísa empezó a coser ropa. No se sabe si hizo de la costura un negocio, pero fue una actividad que desempeñó laboriosamente hasta los últimos días de su vida.

 

Costuras, confirmaciones y matrimonios

Como la mayoría de las familias católicas, los trayectos de la formalidad eclesiástica se cumplieron con cierto rigor en la casa de Andrés. En el álbum familiar quedaron sellados bautismos, confirmaciones, comuniones, matrimonios y, por supuesto, tarjetas en memoria de y novenarios. Previo al matrimonio de la primogénita, la familia debió gestionar los trámites eclesiásticos en la Arquidiócesis de Caracas. Solicitaron la fe de bautismo como requisito matrimonial y aprovecharon la oportunidad para confirmar a una pequeña cercana a la familia.

La indumentaria de la niña confirmada era nueva. Su vestido de falda roja, cinturón blanco y peto turquesa estampado con un flamante cohete en el pecho, fue comprado en el Mercado de La Pastora. Las madrinas usaron trajes de rayas confeccionados en esa máquina ayudadas por su madre, en esa casa #43.

Para el matrimonio de su primogénita, Eloísa confeccionó su propio traje. Su vestido era color claro de cuello en V. Más tarde, cuando las condiciones económicas de la familia mejoraron, compraba su ropa en la tienda de Lolita, una canaria emigrada también que importaba mercancía de Tenerife y la ofrecía en su tienda en el Mercado de La Pastora. En destinos de moda cruzados, Eloísa y su grupo familiar vistieron ropa española combinada con piezas de su propia elaboración.

 

Solidaridad vecinal

Andrés era dueño de su calle. Nunca abandonó su actitud de hombre de campo, recio, fuerte, dominante.

Fue un colaborador vecinal para la mejora de su barrio y calle. En una oportunidad, organizó a la comunidad para poner el macadam o cemento con rayas que ayudaría en la cuesta al frenado de los jeeps. Esta reparación del camino fue un acontecimiento binacional que involucró a venezolanos y canarios. En el evento participaron Miguel Peña, reconocido pintor copista; Félix Ramírez Monzón, tipógrafo de oficio y los dos Antonio Ramírez, albañiles. Los Antonios eran inmigrantes llegados en 1949 en la goleta clandestina La Elvira.

Las memorias de Andrés están ligadas a su árbol milenario y quedaron selladas al lado de su casa en El Camino de los Españoles. La redoma que construyó y los árboles de cují y cauchó que sembró, recrearon sus nostalgias del Drago.

¿Recordaba Andrés su Drago, su pueblo, cuando recogía las hojas secas de su calle en El Camino de los Españoles?

En su silencio tosco, tal vez venían a su memoria sus correrías por el pueblo de El Amparo, por la Cueva del viento, por el Drago y por los campos donde aprendió de niño a recoger hojas secas y de joven a arar la tierra junto a su abuelo y su padre. En ese Camino de los Españoles, vive todavía la memoria de Andrés. Su historia es ese camino y de muchos canarios migrantes en otra tierra.



Dora Dávila Mendoza

Imágenes y documentos:
Colección familia González Rodríguez.
Colección familia Linares Pérez.
Colección familia Trujillo Rodríguez.

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6 comentarios en «Andrés en El Camino de los Españoles»

  1. Excelente!!! conocí a Andrés y a Eloísa, cómo esos abuelos que me regaló la vida y gracias a María Candelaria Mendoza de Dávila, la hija mayor de Eloísa. Llegan a mi memoria recuerdos maravillosos de mis paseos por el Camino de los Españoles, durante mi niñez.

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  2. Fabulosa crónica, hace justicia a tantas buenas personas que fortalecieron nuestra identidad y nos dan fuerza para vivir el presente. Muchas gracias.

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  3. Me gusta tanto leer estas crónicas que en el fondo tienen un gran sentimiento, una bonita, sencilla y simple emoción que se convierte en alegoría útil para celebrar el esplendor de la sencillez de la cotidianidad…Percibo además un tono y tempo cosanguíneo: abuelo, padre o tío ?
    de cualquier manera, es un texto grato y cercano..
    Muchisimas gracias…!

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  4. María Alejandra, gracias por tu comentario.
    Parte de la intención del escrito, es dejar abierta la puerta de la conexión.
    Es una ficción con algo de realidad.
    Dora.

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