Autocontrol

a Giovanna Rivero, hilo de plata que atraviesa los tiempos,
ombligo mineral, querer en todos los tiempos

La tierra nos come.
Herta Müller

—¡Por fin! —exclamó Pili, dando saltitos frente al espejo.

Cinco años atajando las indirectas que querían escapar de su boca, templando cualquier indicio de interés que pudiera delatarla, domando la manada que corcoveaba en su plexo solar.

Tanto calibrar, tanta contención y tanta indiferencia habían desembocado justo donde ella quería: Joaquim la convidaba a comer con sus padres.

Conocerlos le venía de perlas. Al verla sabrían que era la mujer que soñaban para su hijo. Y es que él los idolatraba. Sería negligente no aprovechar el chance para coronar la cumbre. No podía cometer errores.

Paró los saltitos para lidiar con lo que venía. Cribó su ropa en aras de la ocasión. La tijera del “muy” fue podando su fondo de armario (muy púrpura, muy entallado, muy ostentoso) hasta encontrar un atuendo cónsono a sus planes:

– Pantalones de lino marfil con pinzas. Solía arrumbarlos porque la hacían gorda. Realzaban sus caderas anchas. Los padres de Joaquim notarían que tenía la constitución ideal para partos. Sí. En plural.
– Una camisa de seda lavanda. Dejaría un botón desabrochado al desdén. No quería dar la impresión de ser mojigata.
– Zapatos planos para no rebasar a Joaquim. No gusta que la mujer del hijo sea más alta que él.
Ensayaba modos de voz (sutil, recio, cándido) cuando Joaquim llegó a recogerla. Lo saludó como si la salida fuera igual a otra de tantas.

—Tengo que parar en la floristería.
—Vale —dijo Pili, dominando cualquier bemol que quisiera traicionarla.

Joaquim regresó de la floristería con doce ramos de flores. Pili se mantuvo glacial. No especuló. Especular es emocional. No puedo darme el lujo.

La madre y el padre la besaron.

—Joaquim, ¿por qué la demora?, ¿tu novia vive en las afueras? ¡Qué agonía! Anda, Quimi, refréscate en el lavabo, y tómate el café que toca la misa del padre Carles… Pilar, ¿no? ¡Qué lindo nombre! Decente, piadoso y de santoral. ¿A que fuiste al cole de las Ursulinas? ¿Has ido hoy a misa?

La perorata continuó hasta que Quimi estuvo de vuelta con la cara y las manos lavadas y tomó el café.

Pili oía la metralla de preguntas mientras estudiaba la casa. Los muebles conservaban la envoltura plástica con la que salieron de la mueblería cuarenta años atrás. La mesa del tresillo sostenía una infinidad de bibelots. El aparador del comedor exhibía una cesta de mimbre con frutas de escayola pintadas a mano. Una última cena repujada en aluminio y un sagrado corazón de Jesús ornamentaban las paredes. Sobre el televisor, un tapete de croché y una muñeca hawaiana.

Que esto no te derrumbe; concéntrate, se repetía. La madre de Joaquim la tomó de un brazo para ir a misa. Subieron al coche. Joaquim padre y Joaquim hijo en los asientos delanteros. Doña Madre de Quimi y Pilar en el trasero. Pili redobló su focalización.

A Pilar la misa se le hizo infinita. Tenía muchísima hambre. En el rito de la paz, Joaquim y sus padres eran como los Hermanos Marx dándose palmadas. Agradeció que la excluyeran del cuadro de costumbres. Solo quería comer.

—Pilar, este almuerzo es en tu honor. La familia quiere verte —le dijo la madre de su novio—. El padre Carles se une a nosotros.

Pili bordeaba una taquicardia. ¡La familia y el cura de cabecera! Ahora sí que sí. ¿Será que Joaquim me…? No especules, no especules, no especules… Se puso coto a sí misma y obsequió un rubor controlado. “Gracias”, contestó a su futura suegra mientras veía, perpleja, que abandonaban la iglesia por una puerta lateral y no por la frontal.

—Joaquim, no cabemos en el coche.
—Vamos andando, Pili.
—¿Está cerca el restaurante?
—Sí.

El sacerdote sacó un manojo de llaves del bolsillo del pantalón y abrió una puerta angosta y baja. Traspasaron el umbral: los futuros suegros, el sacerdote, Joaquim, y por último Pili.

Accedieron a un jardín resplandeciente. El césped verde y cuidado, árboles frondosos cuajados de trinos, un cielo que desafiaba al legendario cianómetro de Saussure. Bajo una pérgola, la mesa puesta para cinco. Pili se sentó y doña Madre de Quimi destapó las fuentes. Riñones al vino, hígado encebollado, tortilla de sesos, gallinejas, lengua en salsa, castañuelas de ibérico fritas. Le sirvió a Pili tres generosas porciones de cada plato. Pili y su futura suegra se miraron con la tensión de los vaqueros en un duelo.

No van a poder conmigo, bisbiseaba tragando vísceras de toda índole. Se sentía triunfante. Saldría indemne de la copiosa emboscada gastro-gore que tuvo su broche final con filloas de sangre y chupitos de un aguardiente en el que flotaban unas criadillas. Su futura suegra aprovechó el brindis para transmitir, entre rimbombante y zalamera, que había una sorpresa. Joaquim comentó azorado que había olvidado algo en el coche. El corazón de Pili latía tan fuerte que temía que pudiera oírse. No pierdas los nervios. Joaquim volvió con las flores.

Tomaron un sendero de piedras. Doña Madre de Quimi explicaba a Pili lo entusiasmados que estaban por conocerla.

—Ya verás, son un encanto, gente buena…

Doña Madre de Quimi le presentaba familiares y Quimi repartía ramos de flores.

—Estos son Pau, mi hermana, y Enric, su marido. Dolors, mi otra hermana. Allá están avi Jordi y àvia Lala… ¿A que es monina Pilar?… Las chiquitinas se llaman Mariona, Mireia y Gaby. Son tranquilinas estas nenas… Acércate, no seas tímida, dales un par de besos.

Y Pili perdió los nervios…

Porque podía hacer muchos sacrificios por Joaquim: reprimirse, callar, aguantar que no le dieran café, tolerar que la trataran como una tonta, ignorar el mal gusto, sentarse en la parte trasera de un coche, ir a misa, almorzar con un cura y comer vísceras…

Pero besar las lápidas del cementerio, no.

Eso era demasiado.

Así que los mandó a la mierda, directo y sin escalas.



Lena Yau

De Bienmesabes, Lena Yau. Editorial Gravitaciones, 2018.
Fotografías del trabajo artistico de Glen Martin Taylor 

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