Los difuntos trashumantes de Caracas

No estaba muerto, estaba de parranda
Peret

Se me ha convocado para hablar de asuntos inquietantes, insólitos, asombrosos y misteriosos. Me pregunté cómo, si nos encontramos en un país que vive una realidad apocalíptica, donde las noticias diarias se superan unas a otras en tales calificativos, pero, como el llanero es del tamaño de la sabana que se le aparece: ¡Ahí voy!

Hilaré para ello tres relatos basados en hechos históricos de nuestra Caracas, no sólo porque es el contexto de esta edición de Contexturas  –ya dije por dónde va la convocatoria– sino por cariño a nuestra capital y sus historias, todas herencia de familia, y que creo conveniente continuar con su preservación y divulgación.

I

Comenzaré hablando de Tomás Lander (1787 – 1845), uno de los próceres civiles más injustamente olvidados por nuestra historia, tan propensa a resaltar los acontecimientos bélicos y demás hazañas militares opacando a todo lo que significara organización ciudadana, que ¡vaya y si hubo en los primeros años de nuestra República!

Lander, en su oficio de periodista y político del Siglo XIX (pues también era agricultor), fue uno de los mejores exponentes de la doctrina liberal en el país. Sus escritos son antecedentes a lo que hoy en día pudiera entenderse como prensa editorial, y deberían ser de obligatoria lectura al menos en las cátedras de Economía y demás escuelas de gerencia nacionales.

Como político ocupó diversos cargos en la naciente República de Venezuela, y estaba muy cerca de obtener la Presidencia, cuando un accidente cerebro vascular se lo llevó a sus cincuenta y ocho años, el 6 de diciembre de 1845, y aquí es cuando comienza a ponerse interesante la historia en lo que a esta crónica se refiere.

Los descendientes de Lander oyeron hablar de un médico alemán que embalsamaba cuerpos empleando para  ello un método desarrollado por él, y que no perdía ocasión de ensayar con cuanto cadáver le llegara, en su condición de médico residente a la morgue del Hospital de La Guaira. Hablamos del Doctor Gottfried Knoche, sobre quien más adelante comentaré.

Lander fue entonces momificado sentado en su escritorio con la pluma en la mano, como siempre disfrutó hacer en vida. Contaban en mi casa que todas las mañanas una hija suya le daba los buenos días, mientras le sacudía el polvo de los hombros con un plumero.

Otro cuento, no se sabe si en chanza, pues parece muy del humor nuestro, retrata que algún visitante desinformado había salido de la casa de los Lander muy molesto por causa de ese señor tan antipático que no devolvía el saludo.

Las razones de momificar a Lander y mantenerlo en su despacho ya pertenecen a la bruma del misterio. Es de suponer que en buena medida se deberían a un mal entendido apego al padre fallecido, o a esas excéntricas actitudes individuales decimonónicas que posteriormente obligaron a producir normas sanitarias de más estricto cumplimiento.

También se puede especular que Lander no era demasiado religioso, como se deduce  de la polémica periodística que tuvo con el vicario de La Guaira Juan De Dios Echarri, debido a la incautación de unos libros en la aduana de dicho puerto durante su regreso a Venezuela en 1820, y por su activa defensa de la libertad de cultos que sostuvo durante toda su vida.

Más de cuarenta años luego de su muerte, en 1884, se armó un revuelo en Caracas: Había llegado la orden de que el cadáver fuera llevado al recién creado Panteón Nacional, revuelo que perduró en mis cuentos de infancia en la forma del llanto de sus familiares:

“¡Han dado la orden de enterrar a Papá, porque las hormigas se lo estaban comiendo!”.

Es de suponer que el decreto de incorporación de Tomás Lander al Panteón Nacional no dijera que al cadáver se lo estuvieran comiendo los insectos, pero aún con las inmensas facilidades de búsqueda en línea no me ha sido posible conseguirlo.

Como ya dije, la vida de Tomás Lander es lo suficientemente rica en contribuciones a la República, y su colaboración con la causa liberal gobernante en 1875 (época en que el Panteón fue inaugurado), hacía obvio suponer que terminara en el Altar de la Patria. Curiosamente, Lander entró ahí el mismo año que su compañero de andanzas políticas y periodísticas, Antonio Leocadio Guzmán.

Como cierre a esta insólita aventura de nuestro prócer civil hasta su morada final, contaremos que, por haber estado tanto tiempo momificado en la misma postura, se hizo necesario fabricar un cajón para poder enterrarlo sentado.

II

Acerca de Knoche no es mucho lo que voy a  contar, pues otra colaboración en este mismo medio habla de él extensamente. Basta solo recordar que alrededor del médico alemán residenciado entre La Guaira y Galipán, se ha tejido toda clase de historias más o menos espeluznantes.

Mi bisabuelo lo conoció en su infancia por las relaciones comerciales de la casa de aduanas de su familia con los alemanes de La Guaira. Su papá lo llevaba a verlo a su consultorio y ahí, curioso como todo niño, solía pedirle que le mostrara un par de manos que conservaba en un frasco de formol, las cuales habían sido sacadas de la barriga de un tiburón capturado en el mar, y que pertenecían a un pobre nadador que tuvo la desdicha de cruzarse con el escualo.

Al parecer, a Knoche le obsesionaba el decaimiento de la muerte y por eso había inventado un líquido que se inyectaba en la yugular de los cadáveres y permitía su conservación. Ya vimos más arriba que aparentemente era un buen trabajo, a juzgar por la anécdota del saludo que Don Tomás Lander no contestó.

No obstante lo anterior, los registros fotográficos antiguos que hay, en particular la de un pobre soldado de la guerra federal que permanecía haciendo guardia en la puerta del mausoleo construido en los terrenos de su finca Buena Vista, muestran una momia más asimilable a las que pueden verse en cualquier museo, que sin lugar a dudas no podrá devolver un saludo y, de hacerlo, mejor será salir corriendo.

Las razones por las cuales Knoche tuviera sus muertos cerca de su habitación pueden estribar en el hecho de que fuera él extranjero, por lo que posiblemente se le impusieran restricciones en los cementerios locales para enterrar fallecidos sobre quienes no existiera la certeza que hubieran profesado la religión católica.

Lo que pasó con la casa, laboratorio y mausoleo, tras la muerte de Knoche y la última de sus enfermeras, es un retrato de la incivilidad que suele aquejar a los venezolanos: la casa, cerrada para siempre y lanzadas sus llaves al mar, fue violentada, vandalizada y saqueada, muy posiblemente por sus propios vecinos.

Los cuerpos del mausoleo no se respetaron en lo que debió ser su último lugar de descanso. Puede leerse en distintos artículos en la red que los lanzaron al mar, pero me temo más bien que fueron despedazados por inescrupulosos buscadores de tesoros.

En distintas ocasiones, excursionistas volvieron a encontrar los restos de la casa y del mausoleo. La última se recuerda por los años cincuenta del siglo pasado, cuando se armó un nuevo revuelo en la prensa de la Caracas que abrazaba el modernismo, y que parecía aquejada de la enfermedad de la memoria que nos describe Gabriel García Márquez.

Historias de terror de toda estofa se tejieron alrededor del supuestamente macabro hallazgo: un doctor loco que ensayaba en su laboratorio con cadáveres, era algo muy difícil de dejar de lado, pero cuando la historia llegó hasta los viejos caraqueños, comentaron imperturbables:

“¡Niño, esas son las momias de Kanoche!”.

III

El tercer cuento insólito me llegó gracias a mi primer artículo en Contexturas, y tiene que ver con un ilustre pero temporal huésped del Cementerio de los Hijos de Dios. Se trata del General Carlos Soublette (1789 – 1870), Prócer de la Independencia, Ex Presidente de la República y recio hombre de principios.

Soublette dejó expresas instrucciones a sus descendientes que no quería ser exaltado al Panteón Nacional, puesto que no era partidario del Guzmancismo gobernante. Por las anécdotas que se conocen de él, no me extrañaría que su reticencia pudiera deberse también a su gran humildad.

Como ya comenté, sus deudos enterraron a Carlos Soublette en el Cementerio de Los Hijos de Dios por un tiempo, y alrededor de 1876, cuando fue promulgado el decreto ordenando su internamiento en el Panteón Nacional, sus deudos lo exhumaron de incógnito, y lo sepultaron en el mausoleo familiar de uno de sus descendientes en el Cementerio General del Sur, donde permaneció en una tumba con otro nombre.

El Presidente Medina Angarita intentó llevar a Soublette al Panteón en su período presidencial (1940-1945), pero nuevas razones políticas de sus familiares hicieron que los esfuerzos por conseguir los restos fueran inútiles.

No fue sino hasta la primera presidencia de Rafael Caldera que la familia accediera a cumplir con la orden de exaltar a Carlos Soublette al Panteón Nacional, lo cual terminó ocurriendo a ciento un años de su fallecimiento, en 1971.

Se abrió entonces el panteón familiar del Cementerio General del Sur, en el que de padre a hijo se había pasado y mantenido el secreto de su ilustre huésped, pero luego de tanto tiempo, dadas las limitaciones de la tecnología forense de la época, ya no era posible saber cuál de todos los restos que se encontraban en la tumba eran los del Prócer.

En vista de lo anterior, y para no cometer error alguno, se decidió entonces que todos los cuerpos que se encontraron en la tumba fueran pasados al lugar que le correspondía a Soublette en el Panteón Nacional, por lo que el Prócer descansa ahora con dos de sus familiares, a saber, su Esposa Olaya Buroz y Tovar, y su yerno, Roberto Hernáiz.

Como podrán ver los amables lectores, nuestra aparentemente tranquila ciudad guarda historias inquietantes, todas ellas posiblemente conocidas por sus contemporáneos, quienes las entendían y aceptaban sin criticarlas, guardando los secretos y respetando a sus protagonistas, algo que nosotros deberíamos practicar mejor ahora.



Manuel Pulido Azpúrua

Fuentes consultadas:

https://bibliofep.fundacionempresaspolar.org/dhv/entradas/l/lander-tomas/
Retrato de Tomás Lander posiblemente por Juan Lovera (1776-1841) – El Ucabista en Línea (blog). Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=42524811
Imagen del antiguo Panteón Nacional obtenida de https://www.monografias.com/trabajos13/panteon/panteon.shtml
https://es.wikipedia.org/wiki/Gottfried_Knoche
Imagen de Knoche: De Miguel Jaramillo – http://drknocheysusmomias.freehostia.com/, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=19153404
Imagen de la Hacienda Buena Vista De Andres Norgaad – http://drknocheysusmomias.freehostia.com/, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=19154140
Imagen de la Dra. Olga Engels con una momia de Knoche en 1929. Caracas de Siglo a Siglo, Guillermo José Schael. Rafael Romero (Fotógrafo)
Retrato de Carlos Soublette por Martín Tovar y Tovar – del libro Rostros y Personajes de Venezuela, El Nacional, 2002.
Las anécdotas familiares sobre Carlos Soublette debo agradecérselas especialmente a mi querida Prima Valentina Pardo de Vollmer, quien a su vez las obtuvo de su primo y cronista familiar, Ignacio Pardo.

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16 comentarios en «Los difuntos trashumantes de Caracas»

  1. Felicidades Manuel. Te quedó excelente el artículo. Felicidades. Fue un placer colaborar contigo aportando la información que necesitabas. Que sigan tus éxitos. Valentina Pardo de Vollmer.

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