De tapas a paletas

A finales de los 90 y comienzos del 2000 era normal salir un viernes en la noche a recorrer las tascas de La Candelaria, caminar por las calles de terracota pulida, llegar a la esquina Peligro y meterse en el Albaizin, pasar por Guernica, El Basque, Casa Bermeo, terminar en La Cita o en cualquier otra. Podías tomar cervezas o algún trago y te servían tapas por cuenta de la casa, si te agarraba la madrugada tal vez te ofrecían un consomé. Aquello era una muestra pequeña de la ciudad que éramos. La delincuencia ya había comenzado a tender la malla del miedo, es verdad, pero aún se andaba de noche y a pie, sin más compañía que la luna.

A mí nunca me gustó beber, pero comprendía que era una manera de divertirse, entrar y salir de las tascas por esas calles que de día me hablaban de charcutería fresca, de legumbres en los abastos de los portugueses, de panaderías siempre llenas de gente y de pan, de plazas e iglesias, de churros con azúcar y chocolate caliente en la esquina de Candilito. Yo recorría esas calles todos los días, y me fascinaba el ruido constante que era la manifestación de la vida y la alegría, y los comercios abiertos al mundo, y los locos de siempre en las mismas esquinas, la mujer que a pesar de ser una vagabunda se pintaba los labios de rojo, el enajenado sin camisa que escribía los recuerdos con tinta invisible en paredes y kioscos, a veces con rabia, siempre con vehemencia.

Antes de estas fechas algunos recordarán tiempos mejores que yo no viví, y gente que no conocí y que hizo suyo cada espacio, y contaron entre todos una historia que nos creímos y nos agrupó en una comunidad variopinta que podía convivir, que sabía convivir. Los espacios han permanecido aunque el tiempo y la gente han cambiado. Las tascas siguen vivas, aunque la abundancia de otros tiempos haya desaparecido. Yo sigo recorriendo las mismas calles, cada día, y aunque ya no salga de noche a visitar tascas, a veces quedo con una amiga en algún lugar de los de siempre, o de los nuevos, que también los hay.

En estas tardes me acerqué a La Palettería, un concepto nuevo de heladería. Tenía la idea de pedir la paleta con sabor a Bati Bati, para llevarme de vuelta a los días de mi infancia, pero en el último momento me decidí por la de Baileys. Apenas la probé el dulce licor me conectó con una sensación de celebración y brindis, de noticias buenas o esperanza en tiempos mejores, me supo al día en que armábamos las hallacas, a 31 de diciembre con mis hermanas, a noches en mi casa viendo una película, a un tiempo mejor. Me puse a hablar y a reír con mi amiga con sorpresa al comienzo por el descubrimiento, luego con desparpajo, sin prestar mucha atención a mis palabras, y al finalizar la paleta con ganas de darle un abrazo y pedir una más. Nos reímos como locas de mi poca tolerancia al alcohol y recordamos juntas las noches en que se podía salir a conversar y a beber en esos locales donde sobraba el humo. Yo le dije que lo de beber nunca fue lo mío, y que las salidas nocturnas tampoco, aunque me acuesto muy tarde leyendo o escribiendo. Pero que caminar es un placer que nunca nadie podrá quitarme, y que las calles que transcurro las sentiré siempre mías aunque ya no esté aquí. Ella me respondió que salir a beber siempre sería un buen plan, pero que irse de helados conmigo también tenía su encanto. Quedamos en lo siguiente: la próxima vez que necesitáramos hablar, reír, contarnos los suplicios y las pequeñas conquistas, llorar los miedos y decidir dejarlo todo para volver a lo mismo de siempre al día siguiente, iríamos por una paleta de Baileys, o de ron, o de brandy, o del licor que fuera, y nos comeríamos no una, sino dos y hasta tres, hasta terminar muertas de risa o de sueño, recordando la movida a nuestros veinte, los fracasos, los nombres de las esquinas, las caras que cambian y son siempre las mismas, las historias que nos inventamos para sobrevivir.



Yilenia Meléndez Z.

Fotografía de portada: Jenny Meléndez Z.
Fotografías: Jenny Meléndez Z.

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11 comentarios en «De tapas a paletas»

  1. Aunque no fue mi zona de la ciudad por donde mas transite en horas nocturnas si que recuerdo haber entrado alguna vez a un par de esas tascas y salir de noche tal y como describes con la confianza que ya nos robaron

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  2. Que bonito, y tuve la oportunidad de ir de tascas, de disfrutar de cerveza bien fría, chistorras, camarones y champiñones al ajillo, tortilla de papas, empanada gallega o pimientos de piquillo. El pulpo a la gallega era una constante. Sabana Grande o La Candelaria, y al final la cita en La Cita cuando el antojo por una buena paella era muy grande. Caracas, merece ser contada y honrada. ¡Gracias!

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  3. …excelente artículo!!, exactamente así eran nuestras calles, nuestros espacios, nuestros locos de la calle, al leer me pude trasladar a esos años, también recuerdo cuando Pablo Electrónica marcaba el inicio de la Navidad con la cola inmensa de personas invirtiendo sus utilidades en los electrodomésticos y el señor que vendía los CD’s quemados entonando El burrito sabanero a todo volumen… en fin miles de recuerdos… aquí seguimos algunos, habitantes y comercios tratando de sobrevivir…. Gracias por los recuerdos!!!….

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  4. Me encantó tu relato, fresco y divertido. Recuerdo en los ochenta la vida que tenía La Candelaria, fui mucho de tapas y la verdad es que me entra nostalgía por cómo fuimos perdiendo los espacios públicos y privados… pero siempre pienso que puede recuperarse en algún momento como ha ocurrido en otros países, eso me da ánimo… gracias Yile.

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