Diario de un bibliófilo

Lunes o la llegada al Paraíso

Siempre imaginé que el Paraíso sería un tipo de biblioteca.

Jorge Luis Borges

12 p.m.

Anoche me acosté tarde dejando todo ordenado para el día de la “inauguración”. Tantos años creyendo que me alcanzaría la muerte o sería muy viejo para disfrutarla ¡y está terminada! Tiene casi todo con lo que la había soñado: la neverita para guardar algo de comida, cafetera, el sofá para leer recostado y el sillón con la lamparita y mesita para poner los libros que estoy leyendo, el escritorio con la PC para escribir mis críticas; y esos lujos que ella no quería permitirme: un baño y un aire acondicionado. Y claro, los protagonistas del día. Ellos que siempre estuvieron arrumados a lo largo de la casa, sufriendo humedad y olvido en los rincones más oscuros de los closets. Todos los que vivieron en cajas por años y años, no solo acá sino en las casas de mis familiares emigrantes. Pensé que su destino sería la basura, los quioscos hediondos a orina bajo el puente de las Fuerzas Armadas o con mucha suerte alguna biblioteca. No existiría un sobrino que se apiadara de ellos recibiéndolos como herencia, porque ni pensar en mis hijos los cuales nunca los quisieron al afirmarme que no se podía amar a esos objetos sin valor alguno.

¡Qué equivocados estaban! ¡Ignoran lo que siento ahora admirando lo que siempre quise admirar en mi casa! ¡Un espacio donde no puedan verse las paredes al estar tapizadas de libros! Así le dije al carpintero y lo hizo perfectamente, y de esa forma todos los encarcelados son libres por fin. Libres de ser jurungados una y otra vez, leídos y releídos. Ser contemplados en sus lomos y en su simetría generada por mi orden mil veces soñado. No puedo dejar de mirarlos. No quiero ya estar en otro sitio. Esta es mi celda en mi convento de permanente clausura. ¡Gracias a Dios que nunca los abandoné! ¡Qué no escuché todos los reclamos de mi esposa, mis padres, mis suegros, mis hijos! De todo aquel que exigía su expulsión porque “los niños necesitan ese closet o ese rincón” o simplemente “vender ese mierdero a ver si nos ayuda con tanto gasto”. No pueden hablar pero mis libros me lo agradecen. En sus puestos de honor me hacen inmensamente feliz. Aunque siempre tendré la duda si no estaré realmente volviéndome loco tal como me lo repitieron tantas veces.

 


Martes o el lugar de los amantes

En una buena biblioteca sientes de forma misteriosa
que estás absorbiendo la sabiduría contenida en todos los libros
a través de tu piel, incluso sin abrirlos.

Mark Twain

11 a.m.

Ella aceptó el gasto de la biblioteca, aunque ayer me dijo con cierta frialdad: “¿Estás contento con tu cuarto de locos?”, para después agregar con ironía pero con cierto tono de preocupación “¿irás a enloquecer ahora que tienes una biblioteca con baño, comida y un lugar para dormir? ¡Ahora sí vas a dejarme por los libros!”.

La biblioteca siempre estuvo en mis planes y ella lo sabía ¿o estoy exagerando? Todos los que amamos los libros tenemos algo de “bibliopatas” en el sentido de la admiración por el objeto, pero no se reduce a ello o a la simple acumulación, porque la verdad es que acumulé para leer. Y deseaba también leer rodeado de libros; ya que no es lo mismo hacerlo en un campo, en un bar, en el Metro o en un cuarto vacío. Nunca he entendido a los que leen en el bullicio de la calle. Amar requiere de intimidad y de silencio, quizás por ello los amantes prefieren los cuartos con las puertas cerradas. Lo supe desde la primera vez que pude estar a solas en una biblioteca, a solas con los libros. Desde ese día empecé a acumular textos. Me hice un pequeño rincón en un mueble que ocupaba un pasillo. No se podía estar allí a solas, pero había comenzado.


Miércoles o el ejemplo del amante-lector

Leer lo es todo. La lectura me hace sentir
que he logrado algo, he aprendido algo,
que soy mejor persona.

Nora Ephron

10 a.m.

Apenas despierto me encierro en la biblioteca. Pude desayunar en ella por la neverita y la cafetera. Un sorbo de café con leche y contemplo una y otra vez el orden tantas veces anhelado. Al verme correr y no desayunar a su lado se molestó y me dijo: “¡Estás loco!” Al inicio de nuestra relación no pensó en eso ¿o sí? En especial cuando fue por primera vez a la casa y vio que la parte del cuarto donde dormía era ya una forma de biblioteca. Se admiró por mi pasión aunque también pensó en el polvo y hongos que podía tragarme con tanto libro. Mis padres, mis hermanos y después ella, todos tenían a raya “mi enfermedad”. Los libros significaban el robo del espacio pero sobretodo del tiempo para leerlos, tiempo que le quitaba a nuestra relación. Si amar era querer la felicidad del otro, ella supo que leer me hacía feliz y lo aceptó. Pero había algo más: ella sabía que leer me hacía una persona distinta, había algo de sabiduría y paz que no había encontrado antes ¿El tiempo la hizo olvidar?


Jueves o el amor paciente

Los libros van siendo el único lugar de la casa
donde todavía se puede estar tranquilo.

Julio Cortazar

9 a.m.

A mi esposa la conocí después de graduarme de la universidad. Para ese entonces ya tenía muchos libros, reunidos gracias a donaciones y a mi incapacidad para resistirme ante un volumen atractivo en alguna librería. Por no hablar de mis listas de lecturas que me convertían en un empedernido buscador desde las grandes a las más raras obras de mis autores preferidos. Cuando nos casamos fue imposible vivir solos y tuvimos que “arrimarnos” en la casa de nuestros padres. El país se vino abajo y con él nuestras ilusiones de ser independientes y de tener biblioteca. Los libros también se fueron “arrimando” a los rincones más horrendos de la casa o menos usados, y cuando nacieron nuestros hijos el leer se convirtió para mí en un verdadero lujo; y mi esposa empezó a odiar todo lo que se relacionara con las letras.

Todos en la casa hablaban y yo me movía de un sitio a otro para conseguir un poco de silencio y soledad que me permitiera leer. Poco a poco se cansaron de los libros y de mi deseo de leerlos, y decidieron ‒cuando me encontraba en el trabajo‒ que se les había acabado el tiempo, mejor decir: el espacio. Al llegar a casa los habían dejado afuera y no quedó otra opción que llevarlos a algunas casas de amigos y familiares de emigrantes que cuidábamos pero que no podíamos ocupar. Con paciencia ellos esperaron allí y yo, con paciencia, me quedé sin libros y sin lecturas.


Viernes o el amor perseverante

Un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma.

Cicerón

8 a.m.

Sin libros me fui amargando, pero también todos los que odiaban los libros en casa. Mi duelo nunca fue superado, y no sé si fue porque el país también parecía languidecer conmigo. Me acusaban de ser menos trabajador a pesar de no perder tiempo con lecturas. Casi terminamos en divorcio y más aún cuando poco a poco empecé a “meterlos por contrabando” y esconderlos en los lugares más inusitados. Con la llegada de los libros clandestinos todo cambió: el ánimo, los ingresos de la familia e incluso hasta parecía que la política nacional. Mi esposa se hizo la loca con los libros y estos empezaron a salir de sus escondites. De un tiempo para acá por la muerte de los viejos y la emigración de los hijos, los libros se hicieron dueños y señores de la antigua casa. Y ella decidió que era hora de premiar su persistencia y ofrecerles un lugar decente.


Sábado o el amor que perdura

Los libros solo se escriben para, por encima del propio aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de la existencia: la fugacidad y el olvido.

Stefan Zweig

7 a.m.

Hoy en la mañana ella preparó mi desayuno favorito y me lo llevó a la biblioteca con mesa y todo. Me recordó que hace décadas, cuando planeamos casarnos y quisimos vivir solos, nos habíamos prometido hacer una fiesta para celebrar ese gran milagro. A medida que ese momento se alejaba y parecía un imposible la celebración mejoraba en nuestra imaginación. Después lo olvidamos y ahora ella decidió que había llegado el momento de hacerla ¡y hacerla en mi biblioteca! Cuando le pregunté por qué había aceptado mi locura libresca, me contó que cuando la familia entera decidió botarme los libros ella se quedó con uno sin saber la razón. Nunca lo leyó hasta que en un momento de fastidio ante mi manía incurable lo abrió y leyó una frase que la animó a apoyarme o aceptarme: “Lo que más os despertare a amar, eso haced”.


7 p.m.

Fue la fiesta perfecta y me hizo pensar en aquella frase del Maestro Borges: “Si hay otra (vida), deseo que me esperen en su recinto los libros que he leído bajo la luna con las mismas cubiertas y las mismas ilustraciones, quizá con las mismas erratas, y los que me depara aún el futuro”. Sin duda, “en su recinto”; y con ella, siempre con ella.



Carlos Balladares Castillo

Imagen de portada: Imagen de dominio público.
Imágenes de ilustración: Imágenes de dominio público seleccionadas por la edición.

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