Mi primera sombra se quedó en Caracas. La descubrieron proyectada desde la nada en una pared del apartamento donde crecí. Los nuevos ocupantes la reconocieron, porque olvidé una fotografía de mi infancia en el fondo de una cómoda que les cedí al negociarse la venta.
Me llamaron; me contaron el caso. Yo nunca regresaría a Caracas, lo sabía: ¿qué excusa iba a ofrecerle a mi segunda sombra, con la que otros soles, si bien tenues, quebradizos, me habían compensado?
Entendieron los nuevos ocupantes, mayores, huérfanos de hijos y, a cierta altura, congraciados con aquella presencia oscura en su corredor.
La han casi adoptado. De vez en cuando me envían retratos de su huésped.
Por las imágenes, compruebo que aún se me parece; sobre todo, de perfil.
Miguel Gomes
Nunca me he sentado con el propósito de componer microrrelatos. Al despertar por la mañana los encuentro en mi memoria, puestos en consigna. Son un regalo de la noche.
Del libro inédito Sermón del fin de los tiempos.
Imagen: Zacarías Santorini
Me dejó un tenue sinsabor de la nostalgia y del desarraigo…
Como cuando uno deja olvidados zarcillos o pulseritas en hoteles de otros países que sabes que perdiste hasta el fin de los tiempos.
A mí siempre me pasa: dejo olvidados trozos de mí en personas que sé que jamás los adoptarán…
La sombra que todos somos, identidades fantasmagóricas siempre. El texto deja una grata sombra en el ánimo…