Francisco era un pico de oro y estafador nato. A sus cuarenta años incontables amores, cerebros y corazones, hombres y mujeres, habían sido aniquilados bajo ese toque de resplandor-dolor que usaba diestramente. Una mañana fue a la panadería a desayunar y un caballero oloroso a Vetiver se acercó y le susurró al oído:
—Pancho, soy la Muerte, hoy es un hermoso día para llevarte…
—¡Imposible! —respondió Francisco—. ¿De qué hablas? ¿Dónde está tu guadaña?
—No la tengo, pero tengo La Lista y acá está tu nombre ¡de primero!
—Mi estimada Muerte, tendré que aceptar mi inexorable destino, pero primero te brindo un cachito.
La Muerte aceptó, conversaron amenamente y ella se preguntó por qué debía llevarse a este sujeto tan amable. En un descuido, Francisco borró su nombre de la primera línea de La Lista para ponerse de último. Acordaron encontrarse, antes de la medianoche, en el mismo sitio. Al verlo alejarse, la Muerte pensó: “Este es el único mortal que me ha invitado a comer, me ha hecho reír y no ha sentido terror… sólo por eso, sólo por este día, invertiré el orden: empezaré por el último de La Lista”…
María Alejandra Rondón
Escribir microrrelatos es desvestir la palabra, quitarle el lazo de raso y la enagua al fragor de la mirada del lector, quien finalmente decidirá si amará u odiará la belleza que habita en su aparente simplicidad…
Imagen: Jonathan Velásquez