“He de presentaros a mi hijo, mi sucesor. Mirad sus brazos, fuertes como de herrero; sus piernas, firmes como mástiles. Como su padre, carece de nombre y de rostro; como su padre, jamás ha de pronunciar palabra alguna hasta cuando le corresponda ofreceros a su propio hijo”.
La comunidad recibió al hijo con un estruendo de vítores y palmas. De entre la multitud surgieron los intestinos de una res, con los que el hijo hizo ademán de pulir el filo del arma.
Tras la jubilación del padre, él era el único hombre en la región con la potestad de erigirse en receptor de la responsabilidad hereditaria que se le consignaba. El rostro cubierto por el velo de la muerte estaba impedido de demostrar el orgullo de ocupar el lugar otrora paterno; tan sólo el henchido pecho daba señales de vida en aquella linfa de gloria.
El padre le hizo una señal para concretar el rito. Bajó la cabeza ante el hijo y éste propinó el hachazo fatal que le otorgaba definitivamente el título de verdugo.
Del libro inédito Artes del fuego.
Imagen: Verdugo de la plaza de la ciudad vieja de Bardejov (Eslovaquia), intervención digital por José Rafael Álvarez a partir de una fotografía de Olena Kornieieva.
Uff… sólo me hiciste pensar en la cantidad de hachazos rituales diarios, interdiarios, mensuales y anuales que hacemos a lo largo de nuestros días y de nuestra vida ….
y lo peor es que ni título de verdugos recibimos…!
Me gustó muchísimo !
contundente,
como un hachazo !
Muchas gracias, María Alejandra. Si te hizo pensar en eso, el trabajo del cuento está hecho.
Muy grata la velocidad que hace el cuento, fluyen, sin cansancio, los pasos que le aseguran la herencia, bueno este cuento
Poeto, sepa usted que le agradezco en el corazón.
Genial! Así debe ser un cuento: un hachazo inesperado.
Gracias, Heberto, este es un cuento que quiero mucho.
Pude ver el rito, ritmo e imágenes nos llevan con eficacia al duro desenlace de cualquier verdugo.
Mil gracias, Norma; qué gusto que hayas pasado por aquí y que el cuento te haya parecido tan vívido.
Una metáfora ,de los «hachazos» que damos los hijos a los padres, y estos aceptan así, sin más ni más, solo por el paso del tiempo donde a los primeros enaltece y a los segundos los sucumbe. Pero es un ciclo que se repite, y el verdugo paga de igual manera.