Los transeúntes

A David Montoya quien me ayudó a re descubrir mi ciudad a pie
-Astrid

A María González, quien nació en Sabana Grande cuando todavía era un pueblo
A Jesús y Rosa Margarita, que vinieron del interior e hicieron suya esta ciudad a pie
-Ricardo

 

“Caracas, con mis pasos puedo (re)interpretarte de distintos modos, desde la idiosincrasia de tus habitantes que rápidamente se desvanecen, pero que quedan intactos en mi memoria”. Con estas líneas Astrid Hernández abre “Los transeúntes”, un ensayo fotográfico que, como una bitácora de viajes le ha acompañado en sus aventuras tanto dentro como fuera del país.

Se trata de un trabajo de largo aliento que ha acompañado a Hernández durante varios años y que da título al fanzine homónimo —un primer intento de la fotógrafa por establecer una curaduría de este cuerpo de trabajo—. La primera fotografía de “Los Transeúntes” y que hace las veces de portada del fanzine, fue tomada en la ciudad de Guayaquil en el 2013, durante un viaje a Ecuador. Desde entonces este trabajo ha seguido creciendo en paralelo a otras investigaciones y proyectos (tanto personales como laborales) de Hernández, dejando testimonio, también, de los lugares en los que la fotógrafa ha estado. Seguir “Los Transeúntes” de forma cronológica es ir trazando el mapa de los viajes de la autora, es realizar un trabajo de mapeo por su geografía personal.

Por cuestiones de espacio y a manera de hacer un regalo a esta ciudad en la que hoy caminar es tanto una necesidad como un acto de resistencia, nos enfocaremos solamente en una selección de este trabajo en donde Hernández retrata a Caracas a través de quienes la transitan a diario.

El título de este ensayo fotográfico vino a Hernández mientras realizaba otro trabajo fotográfico en las calles de Caracas. Se encontraba en el conocido Pasaje Zingg en el centro de la ciudad, viendo a la gente pasar y, en sus palabras, fue una revelación, una pequeña epifanía. De pronto dio con el título de un cuerpo de trabajo que aún no tenía armado, pero que ya venía gestándose en su mente y en sus fotografías hacía rato.

Pero, ¿qué es un transeúnte? De acuerdo al Diccionario de la Real Academia Española, un transeúnte es aquel que transita o pasa por un lugar, que está de paso, que no reside sino transitoriamente en un sitio y, por tanto, se relaciona con aquello que tiene una duración limitada, que es fugaz o efímero.

El título del ensayo fotográfico de Hernández tiene así dos lecturas: son, en efecto, fotografías de los caminantes, de los peatones, de quienes recorren la ciudad a pie; y un retrato de aquellos que no permanecen en un sitio y que no son, tampoco, del entorno donde han sido capturados por el lente de la cámara. Son figuras que se encuentran de paso, son ciudadanos en movimiento, capturados en el momento exacto.

Hernández afirma no salir de forma expresa a capturar peatones con su cámara, pero mientras cubre eventos, realiza otros proyectos o encargos de trabajo, está siempre atenta, a la espera del personaje. Para Hernández la fotografía tiene que ver con el instante decisivo de Henri Cartier-Bresson. “Es algo que te mueve”, afirma Hernández, “que te lleva y que te dice es por aquí” y tú sigues a esa voz que se manifiesta”. Recuerda, también, al fotógrafo español Joaquín Cortés, afirmando que “uno ve la foto antes de que suceda”.

 

Esto requiere, claro, un arduo trabajo de preparación: el fotógrafo debe estar atento a todo lo que le rodea y ser capaz de predecir hechos, gestos y movimientos, componer una imagen a la carrera y ser lo bastante veloz para no perder el momento en que todo se alinee.

Esta labor se hace más complicada si se tiene en mente las particularidades de la urbe. Caracas, no es un secreto para quien la conozca, es una ciudad dura, difícil de recorrer a pie y con un sistema de transporte público bastante ineficiente. Aceras estrechas, rotas por trabajos a medio camino o por las raíces de un jabillo o de un tulipán africano ‒popularmente conocido como “gallitos”‒ que cubren el suelo de flores anaranjadas; huecos, tapas de alcantarillas faltantes, desniveles, pasos bloqueados por construcciones que se han tomado la vía de los peatones; motos que suben a las aceras parar acortar camino, vendedores informales, basura que lleva días esperando el aseo; árboles que crecen frondosos en medio de vías estrechas y plantas que brotan de entre el concreto y el asfalto, como una naturaleza primigenia, rica y próspera, como una señal del paraíso oculto tras la fachada que es Caracas.

Tras el boom petrolero Caracas se fue tornando rápidamente en una ciudad para los automóviles, de elevados, autopistas y grandes avenidas. Mientras tanto las aceras se fueron reduciendo hasta su mínima expresión; las plazas y bulevares de la ciudad, sus espacios de respiro y de recreo, tan importantes para el funcionamiento y bienestar de la urbe, han ido quedando relegados a segundo plano en la mayoría de los proyectos de construcción. Las casas y locales se han convertido en fortalezas para mantener a la inseguridad afuera.

Estas irregularidades urbanas se hacen manifiestas con especial claridad al tratar de hacer dialogar el entramado de la ciudad con la realidad de los cerros de Caracas: lugares donde la ciudad ha seguido creciendo de manera orgánica, sin control aparente y respondiendo a la practicidad y a la necesidad de sus habitantes por encima de las leyes de proporción, equilibrio y orden.

Por estas razones y por la creciente inseguridad de sus calles, los fotógrafos de Caracas han optado en muchas ocasiones por retratarla desde sus vehículos, como es el caso del fotolibro Desde el carro de Ricardo Jiménez o Caracas de Gorka Dorronsoro, quienes recorrieron la ciudad en carro y desde los cielos; o desde lo alto de los edificios, como puede apreciarse en algunas fotografías de Ramón Grandal. Estos trabajos intentan demostrar la belleza y los contrastes de la ciudad, retratar a Caracas desde otros ángulos.

Por lo contrario, el grueso de las fotografías de a pie de Caracas, especialmente en los últimos años, ha quedado para los fotorreporteros que, como Gabriel Osorio, Alejandro Cegarra o Fabiola Ferrero, han documentado una ciudad convulsa, hambrienta y violenta. Las protestas del 2002, el golpe de estado, el cierre de RCTV, las protestas estudiantiles de 2013 y 2014, las manifestaciones del 2017 y pare usted de contar… El discurso político y la denuncia social han ido desplazando al registro de los viajeros e inmigrantes que proliferaron en la primera mitad del siglo XX.

Hernández se une así a una larga tradición de fotógrafos itinerantes, viajeros y exploradores, a una tradición de fotógrafos que recorren a pie las ciudades.

 

Pero aun adscribiéndola a esta tradición el trabajo de Hernández resulta curioso. Fotografiando a la ciudad a pie su objetivo principal no es documentar la situación socio-política del país, si bien eso termine ocurriendo en algunas fotografías. Caminando sus calles y fotografiando a su gente, Hernández retrata a la ciudad, pero sin que esta sea su principal búsqueda y, lo que es más, lo logra sin acudir a sus hitos arquitectónicos, a sus grandes obras de ingeniería o a su naturaleza desbordante. El Ávila no aparece en ningún momento y sin embargo esta ausencia no descoloca. Es la ciudad despojada de sus atributos más típicamente representativos, mostrada a ras del suelo, desde los ojos de quienes la caminan. Valdría, quizá relacionar este ensayo a la línea de fotolibros como Patria de Douglas Monroy donde Caracas es retratada sin su montaña, desde sus callejas, desde el asfalto y el concreto.

Para el curador español Horacio Fernández, en su texto Fotos desde el auto, publicado en el PHotoBolsillo Ricardo Jiménez (2017): “Caracas es una ciudad propicia para la fotografía y para los fotógrafos, que la han retratado una y otra vez dando cumplida cuenta de su fascinante desorden”. Para algunos fotógrafos la geografía de la capital, enclavada entre lomas y montañas la hace un rico sujeto de estudio ya que les permite jugar con la arquitectura, lo accidentes geográficos y su rica naturaleza que ya desde tiempos de Humboldt daba de qué hablar.

Caracas pareciera ser una ciudad que disfruta sorprendiendo a quien la transita: un pequeño parque entre grandes edificios, una flor que crece en las grietas de un elevado, un amplio jardín frente a una concurrida avenida, un buhonero que silba la melodía de Carmina Burana en Chacaíto, una bandada de loros cruzando el río Guaire al caer la noche. Caracas parece ser un lugar propicio para las serendipias, esos encuentros fortuitos e inesperados. De esto es de lo que se alimentan las fotografías de “Los Transeúntes”: apariciones, instantes en donde todo parece alinearse.

Una de las fotos más importantes para Hernández de “Los Transeúntes” fue tomada en la Casa José Martí e involucró, precisamente un encuentro fortuito. Caminando con su madre por el centro, esta pidió visitar la casa: “Vamos un momento a la casa de José Martí, porque tengo mucho tiempo que no la visito y me recuerda mucho a la casa donde yo nací y crecí en Sabana Grande”. Ambas entraron a ver el espacio y, ya de salida, Hernández en el zaguán de la casa y mirando hacia la calle confiesa haberse sentido inquieta: “me paro frente la puerta y veo que ella me va a permitir componer algo que todavía no sé qué es… pero sé que el personaje que estaba esperando durante todo el día va a pasar por ahí”. Se colocó en posición y sacó su cámara compacta, cual cazador con su arma. “No sabía que ropa llevaba, ni cómo era”, afirma, “simplemente lo iba a saber apenas lo viera”. Así pasaron uno diez minutos y empezaron a resonar en la calle los tambores de los krishna. Era el encuentro. Los krishna pasaron y solo tomó un disparo. Esta foto es la que cierra la primera edición del fanzine de “Los Transeúntes”.

Aparte de estos felices encuentros, de estos “instantes decisivos”, aparte de su temática, pareciera que lo que une estas fotografías y lo que recuerda que estos personajes han sido atrapados transitando Caracas, es la luz. Esa luz blanca, suave y casi siempre presente, esa luz solar del mar Caribe que llega al valle atenuada, gentil, como una caricia; una luz que hace a Caracas una ciudad realmente fotogénica.

Hernández capta así una gentileza de la ciudad, un aspecto aparentemente imperceptible, pero que es reflejo de su amable clima, sin estaciones, sin grandes cambios de temperatura; una luz y una buena disposición de sus habitantes que llena todos los espacios y permite que la belleza brote como de entre las grietas de los muros. Sobre sus fotografías, comenta la misma Hernández: “Al final, nada nos separa, porque todo es luz”.

Asoman, entre las fotografías de Hernández los restos de una vida más sencilla en diálogo con la dura realidad del presente: un par de niños camino al colegio desde la casa, o camino a la casa tras salir del colegio. Pero la inocencia se contrasta con el caminar de unas madres con sus hijos a cuestas con la bella arquitectura del Teatro Nacional de fondo. Los personajes de estas fotos van atentos, están “pilas” por las calles.

Esta curiosa belleza de la ciudad, entre lo gentil y lo duro, se deja ver en las fotografías de Hernández. Las ruinas de una construcción sirven de ventana o marco para una escena urbana; un reflejo nos devuelve la mirada de la fotógrafa y capta, en un doble juego, a unos peatones; un edificio con una portada clasicista nos hace pensar en la arquitectura de siglos pasados en medio de grandes moles de concreto armado.

Entre el caos, las fotografías de “Los Transeúntes” transmiten, también, una luz, una cierta alegría. Parecen recordar que vendrán tiempos mejores en los que la ciudad se limpiará, sus servicios volverán a ser estables, sus vías serán acondicionadas y los peatones volverán a tomar las calles, no ya por necesidad, y la inseguridad será un problema menor. Las palabras de Un solo pueblo describen, así, un sentimiento propio de los caraqueños:

“Caracas, Caracas,

yo te canto noche y día

para que mejores tiempos

te perfumen de alegría”

 


 



Ricardo Sarco Lira


Astrid Hernández González

Fotografía de portada: Astrid Hernández González
Fotografías: Astrid Hernández

Obras consultadas
FERNÁNDEZ, Horacio. “Fotos desde el auto”. En: PHotoBolsillo Ricardo Jiménez. Madrid: La Fábrica. 2017

Compartir:

4 comentarios en «Los transeúntes»

  1. Un trabajo impecable, que aclara los ojos de quién lo siente y ofrece un respiro al futuro: Vendrán tiempos mejores, con la luz que siempre nos bendice.

    Excelente artículo!

    Responder
  2. Gracias por resaltar la importancia de los transeúntes de está hermosa ciudad, sus protagonistas, quienes la hacen.
    Me quedo con esta frase: «Caracas parece ser un lugar propicio para las serendipias, esos encuentros fortuitos e inesperados.». Es lo que más amo de Caracas.

    Responder

Deja un comentario