Después de lavarlos entre agua diáfana, las madres tienden los nombres en las cuerdas de la ropa, acomodando cada sílaba con la ayuda de un palito. Cuando están secos, los pronuncian a gritos, los lloran. Luego, proceden a planchar y doblar. Se abstienen de guardarlos en armarios o en cómodas, más bien prefieren depositarlos en sus vientres de marsupio, para abrigar de nuevo a esos hijos desaparecidos nombrados al nacer.
Imagen de portada: fotografía de Zacarías Santorini.