Si hubiera nacido en Tasmania sería un demonio para espantar ingratos, en África una cebra para mimetizarme en las ciudades, en las aguas profundas del océano Atlántico una quimera elefante y nadie creería que existo, en México un axolotl para que Cortázar me escribiera un cuento; sería un patilargo aguará guazú de haber nacido en Brasil, para salir a la hora del crepúsculo y sentir que soy noche y día; quizá un olm, si lo hubiera hecho en aguas de alguna cueva, así podría escribir diez años sin necesidad de comida, un águila filipina para nidificar en los más altos árboles y vigilar la vida en la selva o un leopardo de las nieves para convertirme en leyenda de las aldeas de Asia central; ¿sería recordado como el extinto delfín del río Yangtsé? Si me dieran a elegir sería un chiribiquete esmeral de la Amazonía, para ir de flor en flor; sin embargo, nací humano, en un país sudamericano que reniega de su origen, no sé si soy un portugués descendiente de indígenas o un movima con ascendencia europea, en mi país plurinacional borraron la palabra “mestizo” de la carta magna y ya no sabemos qué somos.
Homero Carvalho Oliva
La microficción es el fantasma de la narrativa y los lectores somos el lugar de sus apariciones; está y no está, aparece y desaparece en sorprendentes epifanías que asombran, conmueven o exterminan al lector.
Imagen: Marcelo Barros Sandoval