Reflexiones veganas en Navidad

Dedicado a Vanessa, chef de corazón

Me hice vegano cuatro meses antes de diciembre y aunque no extrañaba el pescado de los sábados ni las parrillas domingueras, me inquietaba pensar qué pasaría con las hallacas y el pan de jamón en Navidad.

La comida representa mucho más que el sustento de nuestro cuerpo, la manera en que nos alimentamos es una parte importante de nuestra cultura, de nuestras relaciones sociales, incluso cómo percibimos el mundo. Lo que decidimos comer cambia nuestro relato personal, es una declaración política.

Al decidir dejar de comer animales estaba dando un giro a mi historia y a mis tradiciones y encaraba la construcción de una nueva posición respecto a todo lo que me rodea.

Es difícil de explicar, pero una voz en mi interior siempre me dijo que no era correcta la manera como nos relacionamos con los animales. Me conmovían los abusos a los que eran sometidos los caballos, obligados a cargar personas por diversión o correr en el hipódromo. También recuerdo lo mal que me sentí al ver a unos pescadores sacar del agua un montón de peces y cómo éstos se agitaban angustiosamente en la tierra hasta que poco a poco dejaban de moverse.

Quizás por estas emociones una de mis películas favoritas desde niño es El planeta de los simios, donde se narra cómo el dominio de la sociedad lo ejercen los monos y los humanos están subordinados a los deseos, caprichos y tratos crueles de los primates, quienes se han erigido en una raza superior. Siempre me pareció interesante qué pasaría si los animales a quienes explotamos, matamos y usamos para nuestro entretenimiento nos dieran una cucharada de nuestra propia medicina.

La primera vez que pensé seriamente en dejar de comer animales, fue luego de pasar en bus cerca de una granja avícola camino a San Juan de Los Morros. Era tan grotesco el hacinamiento y el mal olor que no volví a comer pollo.

Poco tiempo después en otro viaje a la capital de Guárico, visité una finca donde vi a un maute gigantesco que estaba comiendo mangos. Me pareció un ser tan inocente y digno de respeto como cualquiera de los que estábamos del otro lado de la cerca. Mientras regresaba a Caracas no podía dejar de pensar en que aquel desprevenido animal enfrentaría la tragedia del matadero una vez que terminaran sus días de padrote.

Hacerme vegano fue un cambio radical, no puedo decir que me haya costado fuerza de voluntad ni sacrificio, sin embargo una vez que tomé la decisión me di cuenta que estaba prácticamente solo y que me había convertido en un bicho raro, pues en Venezuela son muy pocas las personas que comparten esta visión del mundo.

Comer fuera de casa o simplemente merendar, se vuelve complicado, no hay feria de comida ni centro comercial donde sirvan un plato que se adapte a tus necesidades. Si eres de los que les gustan postres, la cosa es mucho peor, la repostería comercial está basada en derivados de productos que vienen de los animales.

La oferta gastronómica para los veganos es muy pobre y escasa, claro, existen unas cuantas opciones de mucha calidad pero resultan un tanto onerosas para un presupuesto modesto. De tal forma que aprendes a llevar tu comida a todas partes, a hacer tus propios postres y leer bien los empaques de las galletas para saber cuáles están libres de leche, huevos o mantequilla.

Lo que al comienzo podría ser una limitación se convierte en un aprendizaje que te obliga a prestarle mayor atención al combustible que le das a tu cuerpo. Tu alimentación se convierte en un hecho consciente y entiendes la fraudulenta relación entre el comercio y la medicina. Ten presente que tan solo hace sesenta años fumar no representaba un riesgo para la salud.

Existen suficientes estudios que relacionan enfermedades como la diabetes, la obesidad y el cáncer, con el consumo de proteína animal y sus derivados. Resulta paradójico que el daño que infligimos a los animales se nos regrese en quebrantos de salud.

Mientras los médicos y nutricionistas que tienen tribuna en los medios de comunicación nacional pierden el tiempo difundiendo información fraudulenta contra las legumbres y su “bajo valor nutricional”, sosteniendo que la alimentación debe estar basada en proteína de origen animal, estos últimos 20 años la pirámide alimenticia ha cambiado y es un hecho probado que consumir mayor cantidad de frutas, granos, cereales, grasas saludables y vegetales tienen un impacto beneficioso en nuestra salud.

Afortunadamente gracias al Internet la información está al alcance de todos, si te haces las preguntas correctas seguro encontrarás respuestas.

Reinventando el menú Navideño

Para no renunciar a los placeres de la mesa ni quebrantar mi ética, busqué incansablemente en la web recetas de hallacas veganas. La más popular es la de caraotas y, en segundo lugar, una más sofisticada que sustituye el guiso de pollo, carne y cerdo por soya texturizada. No tuve que pensarlo mucho para decidirme por las de soya. Las opiniones eran muy optimistas sobre su sabor y calidad, pero estaba por verse si en realidad se asemejaban a las tradicionales.

La preparación es menos sacrificada y más sencilla. La soya solo necesita cinco minutos para estar lista y ser incorporada al guiso, y es en este potaje donde ocurre la magia, pues el producto final depende de la combinación de vegetales y especias. El resultado fue mejor de lo esperado, incluso, creo que un comensal desprevenido no podría precisar qué ingrediente contiene el guiso.

La otra prueba a superar era la elaboración del pan de jamón. Aquí la improvisación y la suerte fueron la clave. En otros países donde hay grandes comunidades de veganos, se puede comprar en los supermercados jamón hecho a base de verduras. También existen quesos, mayonesa, salchichas y una variedad apreciable de comida procesada de origen vegetal.

El jamón fue sustituido por un relleno de berenjenas salteadas con ajo y cebollín, con abundantes pasas y aceitunas. Obviamente ya no sería un pan de jamón. He aprendido a no querer replicar los sabores de la comida con animales en el mundo de los vegetales, hay que ir a una nueva concepción del alimento. No obstante el proyecto fue un éxito.

Debo decir que no extrañé las hallacas, el pan u otra de las comidas del pasado. Hay que entender que el mundo puede funcionar de otra manera. Cortar el vínculo que tenemos con la alimentación basada en el maltrato a los animales no cuesta más que tener la mente abierta y el paladar dispuesto a probar otros sabores.



Luis Armando Ugueto Liendo

Imagen de portada: Michelangelo Merisi da Caravaggio: Cesto con frutas (1596), Pinacoteca Ambrosiana de Milán, Italia.
Imagen de ilustración: Publicidad de cigarrillos década de 1960.
Fotografías: Claudia González A.

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